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Veredicto del Certamen de Relatos Wikihammer + Voz de Horus ¡Léelos aquí!

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“Oi’Demlok es un pequeño planeta de la inmensa Franja Este, más allá del Segmentum Ultima, muy cercano a Vior’la; de hecho, los que lo conocen lo suelen llamar “el hermano menor de Vior’la” debido a que las características de ambos son prácticamente iguales. Como hay pocas ciudades en Oi’Demlok a la más grande, emplazada en mitad de una enorme llanura y flanqueada por dos ríos cuyas corrientes son opuestas, se le llama simplemente “La Capital”. La Capital cuenta con numerosos polígonos industriales en torno al casco urbano, donde los obreros de la Casta de la Tierra manufacturan y construyen todo tipo de artículos bajo la estricta supervisón de los Aun o Etéreos, en pro de la búsqueda y consecución del Bien Supremo.

En uno de los talleres dedicados a la fabricación de Armaduras para el Ejército de la Casta del Fuego trabaja Fiouil Oi’Demlok Mon Mont’da (el Veterano Sombranegra), protagonista de la fantástica historia que voy a relatar…



…todo comenzó un día gris, con algunas nubes copando el cielo no tan azul encima de La Capital… aquella mañana los muchachos y muchachas de los talleres no hablaban de otra cosa: pronto llegaría un importante Aun a la ciudad desde Vior’la, interesado en los nuevos avances tecnológicos en materia armamentística, y los ingenieros y diseñadores como ‘Mont’ estaban deseosos de saber qué decisión tomarían los Aun y los Comandantes de la Casta del Fuego al respecto…”



Mont cerró la puerta de la estancia en la que había estado trabajando al escuchar un ruido en la entrada del taller. Algo nervioso corrió el pasador, puso el candado y guardó en uno de los bolsillos de sus pantalones de mecánico la única llave. Respiró profundamente y miró, instintivamente, de nuevo al pasillo y más allá… afortunadamente, se dijo, sólo era su colega y compañero de trabajo Sha’is (Vientofrío).

- Mont… ¿todavía estás aquí? – le preguntó nada más tener contacto visual con él.

- Sí… ¿qué ocurre?

- El Prelado Elan Kor y su cohorte están llegando ya a la Plaza Circular… - la Plaza Circular era un gran ágora situado en el Sector Este de los polígonos donde se realizaban, bajo estrictos dispositivos de seguridad, algunas de las demostraciones ‘outdoor’ de los avances tecnológicos para que los testadores decidiesen a priori su inclusión o no en los tests reales, cuando la Casta del Fuego los probaba en plena batalla. – Savon nos dijo que debíamos estar todos… - Savon era el jefe de ingenieros del taller donde trabajaba Mont.

- Ya ya… tranquilo, todavía estamos a tiempo…

Los dos salieron casi a la carrera: la Plaza Circular no quedaba especialmente cerca del taller. No obstante, llegaron justo a tiempo: el Aun’ui Elan Kor todavía no había ocupado su puesto en la tribuna donde se debían sentar los Etéreos.

Pese a que toda la economía, sociedad e incluso vida de los Tau se regía por la doctrina del Bien Supremo: “la Unidad llega a todas las cosas, con el tiempo”, que viene a decir que todo Tau se debe a ese bien por encima de sí mismo dejando a un lado los objetivos individuales o las metas subjetivas, el carácter de todo individuo, siendo Tau o no, tiende naturalmente a diferenciarse del resto mediante el ego, por lo que había Tau menos creyentes que otros, y tal era el caso de Mont, a quien la Casta de los Etéreos no despertaba el mismo interés o adoración que al resto de sus compañeros en las industrias armamentísticas de La Capital de Oi’Demlok. Y esa actitud se reflejó desde que se hubo sentado junto con Sha’is en las gradas. El sol salió al fin y los encargados del evento desplegaron encima de éstas un gigantesco pero muy práctico toldo mediante una serie de raíles automáticos.

- No entiendo por qué no te gustan estos actos Mont… todo el mundo está disfrutando menos tú… - comentó Sha’is ante la mueca de aburrimiento que Mont no trataba de ocultar.

- Prefiero estar trabajando en el taller… creo que estas demos son una auténtica pérdida de tiempo… - comentó Mont intentando zanjar el tema, obviando decir que la influencia de los Aun en él era mínima por alguna razón y que, de cualquier modo, era incapaz de sentir la devoción que los guerreros suicidas de la Casta del Fuego o los Supervisores Fio’vre tenían por el Bien Supremo.

Para que la información acerca de los constantes avances de la mecánica Tau no se filtrara fuera de los sistemas bajo el control de su Imperio; pues a pesar de que la influencia Aun era muy poderosa sobre la población (el resto de Castas) siempre existía la posibilidad de la traición y la seducción del soborno; unos drones voladores iban escaneando las pupilas – aparentemente iguales en todos los Tau – de todos los presentes para identificarlos y controlar que únicamente los trabajadores de la Casta de la Tierra y los soldados de la Casta del Fuego asistieran a tales eventos… bajo la amenaza, de darse una filtración, de pena de muerte a quien osase llevarla a cabo. Asimismo, y añadido al control interno, un par de orcas sobrevolaban lentamente los cielos de La Capital dibujando círculos sus trayectorias para asegurarse que ninguna atrevida y despistada nave enemiga espiase las demos o, en el peor de los casos, atacase el planeta estando el alto cargo Aun de visita en él.

El dron se aproximó a Mont desde la izquierda tras escanear los ojos de Sha’is justo cuando las primeras Armaduras Crisis mejoradas, pilotadas por expertos Shas’ui, probaban su alcance, puntería y poder destructivo contra unas esculturas (por llamar a aquello de alguna forma) que asemejaban Orkos, tanques del Imperio de la Humanidad y otros vehículos de distintos enemigos fabricados con materiales reciclables que les otorgaban peso y resistencia altamente similares a los de verdad. Pero Mont en esos momentos no miraba ni al dron, que emitió un par de pitidos agudos y cortos para avisar al Fio’ui que estaba esperando que girara su vista hacia él, ni a las Armaduras que no cesaban de disparar en uno de los extremos del circo en mitad de la Plaza… algo en el cielo había llamado su atención…

- Sha’is… - musitó dando un pequeño codazo a su amigo.

- Mont no me distraigas… ¡mira le poder de ese lanzallamas!

- Mira tú un segundo ahí, - levantó el brazo y señaló con sus dedo esas dos manchas negras sobre el vuelo de las orcas, cerca del límite de la estratosfera de Oi’Demlok, - en el cielo.

Sha’is le hizo caso y siguió la línea recta imaginaria dese el dedo de Mont… en efecto, parecían dos astronaves acercándose a la superficie del planeta a una velocidad media…

- No sé… - aventuró Sha’is, - serán visitantes…

- Me dan mala espina. – Sentenció Mont; quien acto seguido sintió una corazonada, como un escalofrío, que instintivamente le hizo mirar hacia la tribuna de los Etéreos. La gente jaleaba y aplaudía el espectáculo ofrecido por los guerreros; las réplicas de los enemigos ardían en el extremo izquierdo del circo; y el sol caía a plomo en la llanura, haciendo subir eses de vaho desde la arena y la pálida yerba.

Mont se quedó de piedra, y un frío que no había sentido nunca antes se apoderó de su espina dorsal: Aun’ui Elan Kor parecía estar mirándole fijamente desde tan lejos, enfrente y a la derecha al otro lado de la demo.

Sintió como si el Etéreo le forzase a quedársele observando, averiguando tal vez en qué estaba pensando Mont y… cuando pensó esto, se liberó, miró los dos puntos (ahora más grandes) en el cielo y volvió a mirar al Prelado, la máxima autoridad presente en esos momentos allí ya que Aun’vre Oi’Demlok, el Rey del planeta, se encontraba de viaje.

El Etéreo pareció comprender los pensamientos de Mont y, sorprendentemente para él, miraba también hacia arriba… segundos después hablaba con un Comandante sentado en la tribuna baja y de repente, y para temor de muchos e intriga de Mont, comenzaron a sonar desde los cuatro puntos cardinales de la Plaza Circular las sirenas de ataque aéreo… éstas no habían sido activadas nunca salvo en los contados simulacros que ensayaban las evacuaciones y los contraataques.

El poder de autocontrol Tau consiguió que, detenido el espectáculo, todos los asistentes se desplazasen de forma rápida y ordenada a los lugares predeterminados para cada cual en ese insólito caso: era, en efecto, la primera vez que Oi’Demlok, tan cercano a Vior’la (el planeta inexpugnable del Imperio Tau) era atacado por una raza externa. Pero Mont no se movió un ápice a pesar de los dos o tres tirones de Sha’is sin éxito porque le acompañara al taller a recoger sus cosas e ir a los refugios del polígono: Elan Kor tampoco se había marchado y, acompañado de su guardaespaldas de la Casta del Fuego, continuaba impasible sentado en su sillón reservado… ¿qué había visto aquel Aun en Mont…? ¿Le estaba observando a él y enviando esas sensaciones, o todo estaba siendo producto de su inventiva y ninguno de aquellos acontecimientos tenía conexión?

La única forma de averiguarlo sería preguntando…

Mont se deshizo de la babia momentánea que parecía haberlo atrapado, y salió corriendo hacia el taller… debía asegurarse de que todo seguía en su sitio a pesar del ordenado caos desatado.



Cuando llegó, Sha’is le estaba esperando… Savon había ordenado a todos los mecánicos y montadores que fuesen a los refugios y se había marchado junto con ellos…

- ¡Venga Mont! Cerrarán los refugios antes de que lleguemos si no nos damos prisa…

- Seguro que nuestros guerreros se cargan a esos elementos hostiles y todo esto quedará en una anécdota… no te preocupes.

- Confío en el Bien Supremo, pero debemos ser diligentes.

- Yo prefiero confiar en la destreza de nuestros hermanos de la Casta del Fuego… - murmuró Mont que se fijó en que su candado seguía igualmente cerrado, apretó la llave dentro de su bolsillo en la palma de su mano, y añadió en voz alta: - Vamos, o se nos hará tarde.

- No tienes remedio amigo…



Las calles del inmenso polígono industrial ya estaban prácticamente desiertas; apenas cuatro o cinco tardones como ellos corrían rumbo a los búnkeres anti-bombardeo cuando un proyectil, venido de algún punto inexacto del espacio sobre sus testas, impactó cerca, muy cerca, cuya onda expansiva los tiró al suelo de la calzada…

… dejándoles inconscientes a Sha’is y a él.

A pesar pues de las defensas, La Capital estaba siendo atacada.



Continuará…



* * *



“Fio’ui Mon Mont’da, o ‘Mont’ para los amigos, es un mecánico veterano de la Casta de la Tierra que vive en Oi’Demlok, el planeta más cercano a Vior’la donde habitan los Tau… una mañana cualquiera, cuando un importante prelado Aun, de la Casta de los Etéreos, visita los polígonos industriales para asistir a una demo de las recientes actualizaciones en materia armamentística, Mont es el único (y el misterioso Aun después de él) que se fija en dos puntos negros que se acercan al planeta… tras una charla telepática con el Etéreo a ambos lados de las gradas durante la demo que Mont es incapaz de comprender, la ciudad empieza a ser evacuada por el inminente ataque aéreo de ese desconocido enemigo y el veterano se marcha a su taller para recoger sus cosas y huir a los refugios destinados para ello de La Capital; durante esa huida, acompañado de su leal amigo y compañero de trabajo Sha’is, veterano como él, se da una macro-explosión en el polígono que los deja inconscientes en el ardiente suelo de la calle…



… los Tau de las castas no guerreras han sido evacuados, los soldados de la Casta del Fuego se apresuran para repeler cuanto antes el bombardeo inminente a la gran ciudad, ¿podrá Mont sobrevivir al cruento ataque y averiguar por qué aquel anciano Aun se fijó exclusivamente en él con toda la multitud que había disfrutando del espectáculo bélico…?”

CP I PT 2: LAS HORDAS DEL CAOS.



El pitido en los oídos era… demencial. Cuando abrió los ojos no sabía qué había ocurrido ni dónde se encontraba. Segundos más tarde, e incorporándose de forma instintiva, distinguió el cuerpo de Sha’is a un par de metros de él, todavía tendido sobre el cemento de color terracota. El pitido no cesó hasta mucho después y era capaz de oír el resto de explosiones, los sonidos de la cercana batalla, como envuelto en una burbuja él y opacados por una sordina musical aquéllos. Se acercó a Sha’is y se arrodilló junto a él… lo zarandeó y éste abrió los ojos, perdidos igual que los suyos unos instantes atrás.

- Sha’is… - supo que dijo aunque no se escuchó a sí mismo.

- M… Mont… amigo… - respondió el otro, Mont le leyó los labios y sonrió: parecía estar bien.

- Tenemos que salir de aquí. – La palabra aquí llegó finalmente a sus oídos, pero lejana como una mañana primaveral en Pech.

Sha’is estaba herido de la pierna izquierda: se la habría roto en la caída ya que los huesos de los Tau no eran tan resistentes como los de los humanos y otras razas más corpulentas. Afortunadamente Mont no había sufrido ni un solo rasguño, por lo que hizo que su amigo se apoyara en su hombro derecho y le ayudó a caminar… los refugios estaban al norte… no muy lejos de su posición actual. El humo y el polvo ascendían hacia el éter en múltiples columnas vestigios de la reciente destrucción de todo cuanto habían luchado, y sudado, por construir los obreros de la Casta de la Tierra. Mont se fijó en su alrededor y una congoja que jamás creyó ser capaz de sentir le devoró el alma…

- Maldito Aun… - dijo en voz alta, presa se sus nuevas y nihilistas sensaciones…

- ¿Cómo has dicho? – preguntó el herido Sha’is, quien no había escuchado bien las palabras susurradas de Mont.

- Que si ese Aun, que dudo que sea un simple prelado, no hubiese venido, Oi’Demlok no habría sido atacado…

- ¿Cómo puedes decir eso? – Los oídos de ambos ya habían abandonado ese estado de estrés postraumático que les impedía oír con claridad. – Los Etéreos salvaron a los Tau, y nos han guiado a la expansión y la gloria una victoria tras otra.

- Y a la muerte. – Sentenció Mont, a quien, como desde el día en que nació, los Aun no le merecían el más mínimo de los respetos… - Morir por el Bien Supremo, menuda idiotez. – Dijo totalmente cabreado, con una mirada llena de furia en la que Sha’is no reconoció a su amigo desde que eran unos críos.

- Estás enfadado, por eso dices lo que dices…

- Bah… - espetó finalmente Mont, sabiendo que su compañero jamás podría entender lo que él sentía ya que Sha’is era un fiel seguidor de la doctrina, y no la cuestionaba en ningún momento y bajo ninguna situación; y para muestra, lo que estaba sucediendo.



En el refugio, un edificio semiesférico de color ocre con rayas negras fabricado de un hormigón armado ultrarresistente, había Tau de todo tipo aunque la mayoría eran trabajadores de los polígonos… cuando llegaron, un Shas’ui les abrió la puerta y se quedó afuera a modo de centinela. Adentro todos estaban en silencio, y un anciano (los Tau no alcanzan muchos años de vida, excepto los Etéreos de quienes nadie sabe cuánto tiempo pueden legar a vivir) de la Casta del Aire explicaba quiénes podrían ser los atacantes…

- …he visto antes esas marcas en los flancos de las naves, - relató el Kor’vre (piloto) retirado – muy lejos de aquí: en un lugar que los humanos llaman El Torbellino: son naves del Caos, de eso no cabe duda, - Mont llevó a Sha’is donde unos galenos trataban de curar a los escasos heridos y ambos dirigieron su atención, como el resto, al ex piloto – y éstos son… ¿cómo era? Ah, sí: Corsarios Rojos bajo el mando de un humano disforme que todos conocían con el temible nombre de Blackheart.

Mont nunca había oído hablar de ese tal Blackheart ni de los Corsarios Rojos… sabía que el Caos existía, que eran piratas y asesinos que, según unos dioses de nombres impronunciables, querían adueñarse del Universo con el único fin de destruirlo. Leyendas tan sólo provenientes de un mundo que, a pesar de ser el mismo, le parecía totalmente ajeno y casi fantástico… aquel mundo donde sus hermanos de la Casta del Fuego luchaban sin descanso por el Bien Supremo, muriendo a manos de esos sangrientos tiranos por un dudoso ideal. La sangre le hervía en las venas como un río de brillante magma.

“Corsarios rojos…”, pensó, “qué tendrán que ver esos engendros con nuestro planeta… han venido por Elan Kor, seguro… pero ¿por qué…?”

- Maestro Kor’vre, - solicitó palabra levantando la mano, y el ex piloto asintió con el mentón otorgándosela - ¿sabe qué tipo de relación puede haber entre esos piratas y asesinos con nuestro pequeño planeta? – Se abstuvo de mencionar al prelado pues había señores o Aun’saal (señores, el primer peldaño de la jerarquía de los Etéreos) entre los presentes… uno de ellos, de hecho, escuchó la pregunta y miró directamente a Mont, quien captó el gesto y apartó la mirada…

- Pues no lo sé, Fio…

- Fio’ui O’Demlok Mon Mont’da. – Dijo su nombre y miró al Aun’saal que lo estaba observando todavía… algo en éste le hizo volver a bajar la mirada y que el corazón le galopase… - Supongo que sólo serán unos despistados que no saben con quién se la están jugando… - arguyó para zafarse de las miradas inquisitorias.

- De eso que no te quepa duda. – Interfirió el Aun’saal y todos guardaron silencio de nuevo…

Estaba claro que aquéllos que seguían al Bien Supremo sin dudar no tendrían ninguna iniciativa en saber cuál era la conexión entre Elan Kor y el ataque de los Corsarios Rojos… tendría que averiguarlo por sí mismo.



Se acercó a las camas y a Sha’is, que sonrió al verlo.

- ¿Cómo estás amigo?

- Mejor…

- Oye Sha’is, tengo que irme…

- ¿A dónde? – preguntó alzando algo la voz, alarmado.

- Guarda silencio y escucha amigo… - se suavizó la garganta y, sabiendo que lo que iba a hacer no gustaría a su colega, prosiguió: - ten esto, es la llave de mi zona privada en el taller… - la sacó de su bolsillo y se la engarzó al collar que Sha’is siempre llevaba con él orlado de conchas de cuando estuvieron en Pech siendo aprendices.

Sha’is no dijo nada. Apartó la mirada un segundo y, tras asentir con el mentón desde su posición acostada, regresó a la faz de Mont que aguardaba una respuesta con congoja en el alma…

- Siempre fuiste diferente Mont… tranquilo, ve a hacer lo que el Destino quiere que hagas, cuidaré de tus cosas…

- No abras nunca el candado, no hasta que regrese…

- Prométeme que regresarás y yo te prometeré que no abriré jamás esa puerta.

- Hecho.

Se abrazaron ante la extraña mirada de los galenos, y Mont se fue…

El Shas’ui de la puerta lo tachó de loco pero le dejó ir.



¿Qué era lo que espoleaba el corazón de Mont, un simple montador de Armaduras, hacia un horizonte desconocido?



Continuará…



* * *



“Mont, un veterano montador de Armaduras, acaba de salir del refugio anti-bombardeo del polígono industrial de La Capital, en Oi’Demlok, un pequeño planeta bajo el dominio del Imperio Tau, cuando su ciudad está siendo atacada por los desconocidos para la mayoría de los habitantes de La Capital como “Corsarios Rojos” pertenecientes a las diabólicas y destructoras Fuerzas del Caos.

La decisión de Mont de salir a la intemperie, poniendo de tal modo en peligro su vida enfrentándose al campo de batalla en que se ha convertido su ciudad, viene dada por la presencia de Aun’ui Elan Kor allí… un misterioso prelado de la Casta de los Etéreos que Mont cree directamente relacionado con el ataque del Caos.



Atrás va a dejar su taller y sus pertenencias privadas y a su mejor amigo, Sha’is, como custodio de las mismas… no sabe qué le impulsa a tomar la decisión de ir a por Elan Kor, pero sí que es algo más fuerte que él mismo y que, si no se hace frente a la llamada del Destino ahora, se arrepentirá hasta el fin de sus días…



Entretanto, una de las grandes naves del Caos sobrevuela La Capital mientras que su única compañera batalla en las alturas contra los cruceros de defensa de los Tau… de la primera se han desprendido varios cazas, que están sumiendo a ese territorio habitado del pequeño planeta en el mayor debacle que jamás haya sufrido.”



Cp. I. Pt. 3: GARRAS INFERNALES.



Cuando Mont salió aquel sector de la zona industrial se hallaba en silencio exceptuando el crepitar de las llamas aquí o allá. Corrió hacia la pared de un edificio cercano con el miedo de que una de esas bombas, proyectiles, o lo que fuera le cayese encima volatilizando hasta la última célula de su cuerpo. A pesar del silencio y de que no se había topado todavía con la tragedia, Mont no pudo evitar que su palpitar resultase arrítmico así como su respirar acelerado y roto… en el cielo, a cierta altura y sobre el corazón mismo de La Capital los rápidos y mortíferos cazabombarderos del Caos, al menos seis Garras Infernales, lidiaban una lucha sin tregua contra los Barracuda, visiblemente más grandes, de los Tau. Hasta los oídos de Mont llegaban los ruidos de la cruenta batalla… de hecho, en ese momento, Mont se fijó en el ataque de dos Garras Infernales contra uno de los Barracuda en el epicentro del combate, cómo disparaban a discreción contra él y, tras que el piloto lograra eyectarse afuera (Mont pudo distinguir el punto negro y amarillo que era aquél saliendo disparado hacia arriba mediante los propulsores de la exo-cabina), lo hacían explotar en un juego violento de fuegos de artificio cayendo sus distintas partes sobre los convexos tejados de la ciudad.

Mont cerró los ojos en ese momento y tragó saliva. Respiró profundamente y dijo telepáticamente a sus piernas, presas del pánico y temblando en esos instantes: “Vamos, tenéis que hacerlo… ¡corred!”



Y, gracias al Bien Supremo, lo hicieron. Mont corrió hacia el interior de la ciudad, hacia el este, con el único y descabellado objetivo con el caos imperante allí de hallar a Elan Kor fuera como fuere. Corría por un ancho y largo bulevar que conectaba al centro urbano la zona industrial, cuando la tragedia lo detuvo en seco. En principio su cerebro pensó que lo que había visto no podría ser cierto; pero cuando dio unos pasos hacia el edificio derruido, llameante a varios metros de la calzada, el corazón se le detuvo al igual que el paso y se le partió en infinitos pedazos el alma… era un colegio de la Casta de la Tierra: donde empiezan a ser adiestrados en el arte de la construcción, la mecánica y la electrónica los pequeños Tau que más tarde, como él, diseñarán y montarán las poderosas armas que la Casta del Fuego utilizará en la guerra. Una lágrima fría y azul se desplomó desde su ojo derecho cuando le invadió los pulmones el hedor a carne quemada… no quiso contarlos… se quedó atónito y sin saber qué pensar ni qué hacer mirando fijamente a uno de ellos… parecía dormido… pero sabía que todos estaban muertos. Giró su vista hacia la izquierda y se fijó en el bélico danzar de las naves de ambos bandos allá arriba; y ya con cataratas manándole de los ojos, gritó de rabia y furia con todas sus fuerzas…

… y con renovado ímpetu, movido por una ira indecible que le galopaba por las arterias, emprendió de nuevo su carrera consciente de que ya nada podría hacer por aquellos pequeños, con la misión de pedir explicaciones, si tal cosa fuera posible en un Tau, por toda esa muerte, destrucción y miedo.



Como todo el mundo, excepto los que murieron con los primeros ataques al no haberles dado tiempo de esconderse en los refugios, se hallaba escondido en éstos, Mont no se cruzó con nadie. Obviamente, y contando con la escasa proliferación de objetivos puramente individuales como lo era el suyo; nadie estaba lo suficientemente grillado como para vagar por la ciudad habiendo una batalla desplegada sobre ella. Mont también era plenamente consciente de que suscitaría una batería de preguntas si era interceptado por guerreros de la Casta del Fuego, por lo que se cuidó mucho de cruzarse con alguna tropa trasladada a las calles por motivos de seguridad. Así, mientras los Barracuda y los Orca iban, afortunadamente para los Tau, menguando el poder ofensivo del Incursor Infiel del Caos y sus Garras Infernales, Mont avanzó de escondrijo en escondrijo, de recoveco en recoveco y a plena carrera, hasta lo que los ciudadanos de La Capital conocían como Retha (el edificio donde vivía el Aun’vre y que hacía las veces de centro de estudios y de lugar de aprendizaje de la doctrina del Bien Supremo).

El Retha estaba vigilado por una buena guarnición de solados. Mont no podía presentarse tal cual: lo llevarían al refugio más cercano y su objetivo de hallarse ante Aun’ui Elan Kor quedaría abortado. De tal modo que aguardó… el Retha contaba con su propio Juntas, o puerto, y unos hangares en su parte posterior; así que Mont, suponiendo con gran nivel de certeza que los visitantes (la cohorte de Elan Kor) serían evacuados de Oi’Demlok en cuanto hubiera cierta claridad en el espacio aéreo, rodeó los edificios circundantes al Retha por la derecha y se situó frente a las verjas que daban al Juntas al otro lado de los hangares. Allí había menos solados, pero igualmente se trataban de una barrera infranqueable. De repente, y no se sabrá jamás si por suerte o desgracia, un Garra Infernal tocado en las violentas alturas cayó en picado, dejando una estela de humo negro, a escasos metros de las verjas y aplastando a varios soldados. En seguida, y evidentemente, los supervivientes fueron a comprobar que el Marine del Caos que pilotaba el caza letal estaba muerto y si alguno de sus hermanos había sobrevivido. Oportunidad que aprovechó Mont, corriendo y sin dudar, para colarse y esconderse sin ser visto en uno de los estrechos pasillos que quedaban entre hangar y hangar. El montador de Armaduras pronto fue hacia el interior, donde se abría el espacio diáfano del Juntas circular, y oteó los alrededores. Apenas un par de controladores de la Casta del Aire se encontraban allí: parecían estar preparando el lugar para el inminente despegue de la aeronave Orca que en esos momentos sacaban del hangar que tenía a su derecha.

- Habrán decidido salir con ella en lugar de con el Manta en que vinieron, puesto que resultaría evidente que el prelado estaría en ella y la seguirían… - divagó en voz alta observando cómo la espléndida nave Tau se desplazaba lentamente hacia el centro del Juntas, - quieren distraer su atención…

Mont miró hacia arriba, los Garras Infernales habían sido neutralizados y una flotilla importante Tau estaba a punto de destruir el Incursor Infiel del Caos que había descendido mientras que el segundo, el que se había quedado allí arriba, parecía haber tomado la decisión de retirarse y volaba en dirección al espacio exterior.

- Es el momento. – Dijo de nuevo por instinto en voz alta, y algo llamó su atención en el otro extremo del puerto: de la entrada trasera del Retha salió una cuarentena de guerreros de la Casta del Fuego con marcas de un clan desconocido por Mont en el hombro derecho. ¡Y Elan Kor y su guardaespaldas iban con ellos! – Ahora o nunca Mont. – Pronunció y, procurando no ser visto por los controladores que ponían a punto el Orca para el despegue, logró colarse en el vehículo: en un pequeño compartimento destinado a albergar el equipo alimentario; aunque, evidentemente, Mont desconocía esto.



Agazapado en un rincón, detrás de una caja grande de metal cromado como las otras, contuvo la respiración cuando la compuerta se cerró desde afuera, sumiéndolo en la más absoluta de las oscuridades.

Minutos después, y cuando ya el cielo de La Capital había regresado al estatus de tranquilidad relativa, el ruido de los propulsores del Orca invadió sus oídos al estar situado tan cerca; y sintió cómo aquella prodigiosa estructura metálica se desplazaba hacia arriba, despegando y volviéndose ligera como el vuelo curvo del caer de una pluma.

Mont supuso que el Incursor Infiel ya habría viajado a través de eso que los de la Casta del Aire llamaban disformidad a años luz de la posición ya no tan privilegiada del ya no tan pacífico y tranquilo Oi’Demlok o Cañón Brillante.



El silencio llegó poco después, cuando el Orca hubo abandonado la atmósfera delgada del planeta; y, tras sentir un hambre atroz incapaz de abrir una de esas descomunales cajas de alimentos, teniendo que aguantarse sin desesperarse, el sueño llamó a su puerta y él respondió a la llamada: ya iba siendo hora de que llegara a su fin el primero del resto de los días de su vida.



Mont nunca había salido de Oi’Demlok exceptuando el viaje a Pech o los viajes regulares a Vior’la (ahí al lado) para acudir a seminarios sobre electrónica y armamento… y en esos instantes navegaba por el infinito e insólito Cosmos como polizón en un navío diplomático camuflado que portaba al si no mayor sí más extraño de todos los Aun que dirigían, mediante la doctrina del Bien Supremo, los destinos del Imperio.



El sonido de otra puerta, la que daba a las cocinas, le despertó de súbito…



Continuará…



* * *



“Fio’ui Mon Mont’da era un montador de Armaduras cualquiera: vivía tranquilamente en Oi’Demlok, muy cerca de Vio’la dentro del Imperio Tau, hasta que llegó el misterioso Aun o Etéreo Elan Kor, perseguido según la imaginación de ‘Mont’ por los temibles Corsarios Rojos de los Marines Espaciales del Caos, que destruyeron La Capital – ciudad natal del veterano mecánico – en una incursión suicida antes de ser aniquilados por la Kor’vattra local… aunque una de las naves clase Infiel desplazadas allí logró escapar…

…ahora Mont se encuentra agazapado, durmiendo, en uno de los pequeños compartimentos de la bodega de una nave Orca preparada específicamente para el transporte de burócratas o diplomáticos; que cuenta con cocina y algunas dependencias especiales; donde también viaja ese tal Elan Kor. La insólita misión que se ha auto-impuesto el bueno de Mont no es otra que pedir explicaciones al prelado Etéreo acerca del ataque del Caos, saltándose de esa forma la férrea doctrina que afirma que todo individuo Tau o bajo dominio de su fuerte Imperio ha de someterse al Bien Supremo: un bien común que se halla por encima de las metas del ego. Pero su ira, aunque ni si quiera él sea capaz de percibirlo, ha ido en aumento conforme la idea de estar ante el Aun se ha formado en su mente…



…nadie, ni tan sólo él, sabe qué será capaz de hacer si logra su majadero objetivo… ¿está el prelado en peligro… o simplemente arrojarán al polizón ‘por la borda’ presintiendo su amenaza…?



Como el legendario O’Shovah, el insignificante montador de Armaduras, carente del influjo de la fe que manan los Aun, puede poner en peligro el actual Sistema de las Cosas que defiende la poderosa doctrina Tau…”



CP. I. PT. 4: EL POLIZÓN ASESINO.



El ruido de la otra puerta, la que daba a las cocinas, lo despertó de repente…

El susto le obligó a dar un respingo y un breve y hueco tosido estuvo a punto de desvelar a quien fuera que había abierto su posición. Como ya se había convertido en costumbre, con un poco de ayuda de los hados, Mont se encontraba detrás de la última caja en secuencia desde la puerta. Aun así, la luz lo invadió todo llegando a herirle los ojos, somnolientos y pesados; desconociendo qué hora sería o cuántas de éstas habrían transcurrido desde que se hubo dormido tras abandonar Oi’Demlok.

El sujeto, un miembro de la tripulación perteneciente a la delgada y de pálida piel Casta del Aire, activó la apertura de una de las cajas de metal cromado que guardaban los alimentos y se puso a buscar algo… Mont aprovechó para, con el mayor de los sigilos que le permitió el súbito y traumático – siempre es un trauma despertar para cualquier ser del Universo – despertar, acercarse sin ser detectado. Gracias a la luz pudo distinguir un objeto no metálico, una especie de cuña de esas que habían utilizado los muchachos para cargar la mercancía, y se hizo con él. Cuando el cocinero o quien fuera cogió lo que fuese que estaba buscando y se dio la vuelta, Mont aprovechó para lanzar con suma puntería la cuña y que la puerta no terminase de cerrarse. El cocinero no se dio cuenta. “¡Bien!”, se dijo Mont… “pero antes pegaré un bocado”.

Mont abrió manualmente la caja que ya estaba abierta electrónicamente y se hizo con un buen trozo de ‘shupsi’ (una variante de pescado de río que los habitantes de La Capital solían sazonar con sal o enlatar en conserva con vinagreta y especias), que devoró con hambre de krootox y que le supo a gloria.

Antes de entrar en la cocina echó un vistazo por la fina rendija que hubo quedado entre la puerta y el quicio. En esos momentos no había nadie a pesar de que la luz persistía encendida. Por lo tanto, se coló.



Intuyó que no le sería fácil encontrar a Elan Kor así sin más; no obstante se armó de arrojo y valor y, aunque no sabía nada de cómo era un Orca por dentro pues era la primera vez que se subía en uno, cruzó las cocinas hasta hallarse en el corredor de estribor por lo que las dependencias de la nave quedaron a la derecha y la cabina de mandos al frente.



Normalmente, los Kass’l u Orcas iban pilotados por un Kor’vre de la Casta del Aire y un par de tiradores de la Casta del Fuego que manipulaban el armamento del vehículo, y servían para el transporte de tropas, una media centena de guerreros sentados en la amplia bodega; pero el Kass’l en el que se hallaba Mont no era un Orca normal: pertenecía a un Clan conocido por pocos incluso dentro de los servicios de inteligencia Tau, el Clan Elsy’eir Run (los intelectuales del ocultismo podría ser una interpretación aceptable de su significado). Por eso quizá contaba con cocina y literas colgantes del techo de la bodega; además de un pequeño reservado para Elan Kor entre la cabina y la bodega… algo menor ésta por lo de la cocina y las literas, albergando unos diez puestos menos para los soldados que un Kass’l convencional. Así, el corredor tenía cuatro puertas: la trasera de la cocina de donde hubo salido Mont, la que daba a la bodega donde se encontrarían los cuarenta soldados que vio en el Juntas, la de la habitación del misterioso Aun, y la de la cabina o centro de mandos en proa. No había ojos de buey que conectaran visualmente las dependencias con el pasillo, a oscuras exceptuando la luz blanca que se colaba en él desde la cocina y, como Mont no sabía lo que nosotros acerca de la disposición del Kass’l Elsy’eir Run, no tenía ni idea de dónde pudiera hallarse su meta: Elan Kor. “Como aparezca uno de esos soldados, estoy perdido”, pensó y, movido más por el miedo que por la capacidad, pegó su espalda a la pared y trató de tranquilizar su respiración, agitada hasta ese momento debido a la tensión. “No puedo arriesgarme a abrir una de estas puertas…”, caviló y en ese mismo instante se abrió la segunda puerta: la del reservado del Aun. Mont contuvo la respiración e incluso sintió cómo se le detenía el palpitar… desde el claroscuro en el que estaba las palabras le llegaron nítidas y el miedo a ser descubierto aumentó.

- Sí señor, descuide… - dijo el cocinero, ataviado con el uniforme de labor adornado con un brazalete con la marca del clan en su hombro derecho.

- Los muchachos tendrán que cenar algo antes de llegar a la estación A-4. – Nunca había escuchado su voz, ni lo vio pronunciar aquella frase, pero Mont tuvo la convicción de que se trataba de Elan Kor.

- De acuerdo, prepararé el pescado con guarnición de verdura en seguida señor.

- Gracias.

El cocinero, ensimismado empujando la camarera con los restos del aperitivo para el Etéreo y su escolta, no vio a Mont hasta que lo tuvo, irremediablemente para ambos, encima.

- Usted no debería estar… - dijo aquel de forma extrañamente calmada pese a la situación de hallarse frente a un polizonte.

- Lo siento. – Se disculpó Mont y, acto seguido, golpeó al otro haciéndole caer al pasillo enmoquetado dejándolo inconsciente. El golpe seco de la caída pareció no haber sido escuchado por “los muchachos” y Mont, a la desesperada sabiéndose descubierto tan pronto como uno de ellos saliera de la bodega, corrió hasta la dependencia del Aun.



Con una velocidad inusual en un simple mecánico de la Casta de la Tierra entró en la habitación y, pillando a Elan Kor de espaldas a él y a su guardaespaldas sentado a un par de metros y a la izquierda en un cómodo sillón de piel, sacó el cuchillo sustraído minutos atrás en la cocina y acarició con su filo el cuello del Aun asiéndolo del brazo izquierdo, convirtiéndolo en el acto y sin que ninguno de los otros dos pudiera evitarlo en su rehén.

- ¿Cómo te atreves? – Preguntó el guardaespaldas incorporándose lentamente.

A Mont le temblaba el pulso: estaba nerviosísimo y se sentía frenético… no cabía en sí y ni tan sólo sabía realmente por qué estaba llevando a cabo todo aquello.

- Tú has traído la destrucción a La Capital, ¡sois vosotros quienes habéis de dar explicaciones, no yo!

- ¡Eres un hereje! – Le gritó el escolta. No obstante, Elan Kor afirmó con la mayor de las serenidades, tanto que logró asustar a Mont:

- Cal’ka no grites por favor… nuestro amigo Mon Mont’da tiene razón.



“¿Qué?”, los ojos de Mont se abrieron como platos y se le heló la sangre al oír aquello, “!¿cómo sabía su nombre Elan Kor?!”. No podía pensar con claridad y sentía cómo las fuerzas le fallaban; aun así sostuvo el filo del cuchillo pegado a la garganta del Aun…

- ¿Có… cómo sabe mi… mi nombre? – Balbució, mucho más temeroso que el impasible prelado Etéreo.

- Mont… - comenzó, y el tono de su voz rozó la extrema amabilidad - ¿te llaman de este modo tus amigos del polígono, no es así?

- Sí…

- Mont, no fui a Oi’Demlok para ver esa estúpida y aburrida demostración de fuerza en la Plaza Circular… - tomó aire, hizo una pausa corta pero intensa para añadir más siniestralidad a sus palabras, y prosiguió: - te estaba buscando a ti, Fio’ui Oi’Demlok Mon Mont’da.



Mont bajó el brazo retirando el cuchillo. No entendía nada y ni si quiera se veía capaz de articular palabra. El cuchillo cayó sobre la moqueta granate y Mont sintió que le fallaban las piernas. SE sentó en el suelo, presa de un no sé qué que era incapaz de identificar, y con la mirada perdida y tal vez enfocada a un más allá que paradójico se hallaba en el más profundo de sus interiores sintió un frío vacío, abismal e imposible de llenar.



- Mont… - las palabras del Aun ahora parecían lejanas, retumbando en su cabeza como en el peor día de resaca de su juventud – tú no lo sabes aún, pero eres muy importante para mi oculto Clan… y por eso a ti he venido a buscar.

Aquello no aclaraba nada. Mont sintió náuseas de repente y vomitó el ‘shupsi’ de antes…

Cal’ka lo cogió en volandas y lo sentó en el mismo sillón donde el guardaespaldas estuvo.

- Di al cocinero que traiga algo fuerte cuando se recupere del golpe… tenemos mucho de qué hablar este Fio’ui y yo…

- Sí señor.

Y la habitación, sin sentido y tan grande como la mayor de las nebulosas del Universo, no cesó de girar y girar… y girar y girar.



Continuará...

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