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Veredicto del Certamen de Relatos Wikihammer + Voz de Horus ¡Léelos aquí!

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El Comerciante Independiente Septimus Greggor y su tripulación se quedaron contemplando su fortuna. El polvo acumulado durante siglos la oscurecía, pero, desde el mismo momento en que Greggor pasó la mano por encima para quitarle un poco el polvo con el guante, supo que aquellas pinturas murales iban a hacerlos muy ricos tanto a él como a su tripulación.

Greggor había viajado hasta el remoto sistema KVX-193 en busca de una antigua civilización. Esperaba encontrarse con un mundo fértil y repleto de bosques habitado por un pueblo pastoril y sencillo llamado los Silvae, que era el tipo de gente al que Greggor se había dedicado a explotar durante toda su carrera.

No obstante, cuando la nave de Greggor llegó a su destino, se encontró con un mundo muerto totalmente diferente.

—¡Sacad los extractores e iluminad un poco estas paredes! —el eco de la voz de Greggor se escuchó por toda la cámara subterránea— ¡Quiero que todo este polvo desaparezca antes de que empecemos con el traslado!

Rosalind Marquis, la segunda de a bordo de la nave de Greggor, se levantó del suelo tras haber estado examinando un trozo de las pinturas que quedaba al descubierto. Marquis era una exploradora consumada, además de una experta en civilizaciones autóctonas primitivas.

—Señor, estas imágenes parecen representar la historia del desarrollo etnológico de esta especie indígena. Solicito tiempo para estudiarlas y poder determinar el cómo y el porqué tuvo lugar su derrumbe ecológico y por qué el conjunto de su especie se extinguió en menos de mil años.

—No me importa por qué se extinguieron, Marquis, solo los objetos de valor que dejaron. Será mejor que acabes antes de la puesta de sol, porque será entonces cuando las saquemos de aquí.

Greggor la tripulación y su equipo de servidores se marcharon y dejaron a Marquis para que instalara los extractores de temperación ella misma. En cuanto hubo puesto en marcha las máquinas activó un rayo de luz y lo dirigió contra toda la pared que tenía delante.

Las pinturas eran de una belleza bastante sencilla. Pudo comprobar inmediatamente que representaban una larga historia en imágenes de la raza extinguida de KVX-193. Utilizó los extractores para despejar toda la cámara y se quedó muda de asombro al comprobar que, poco a poco, se le iba revelando la ascensión y el declive de toda una raza.

Ocho horas más tarde, cuando el sol de la mañana atravesaba la entrada de la cámara, Greggor volvió al lugar y se encontró con que Marquis estaba pálida, ojerosa y claramente alterada.

—Marquis, ¿qué te ocurre? ¿Qué es lo que has descubierto?

—¿Que qué he descubierto? —Marquis se dio la vuelta para mirar a Greggor y, a la fuerte luz del rayo que iluminaba toda la longitud de la pared, le dijo:

—Mira aquí —E indicó a Greggor que mirara la primera pintura—. Los Silvae llegaron a lo que los adeptos del Dios Máquina clasifican como índice de xenoconsciencia del sujeto de nivel beta y empezaron a registrar su historia hace miles de años. Al principio, se trata de la adoración de espíritus típica, pero mira aquí -y señaló otra parte en la que se veía a los primitivos Silvae arrodillados en señal de adoración ante un humanoide alto y esbelto que les sonreía con gesto burlón y dominante. La figura estaba rodeada por una hueste de guerreros esqueléticos metálicos que montaba guardia sobre la escena de veneración.

Marquis pareció quedar absorta mirando la expresión desdeñosa del rostro de la figura divina. Greggor le puso una mano en el hombro y ella se estremeció.

—El nuevo dios exigía la adoración total por parte de aquella gente. Aquí parece que esté probando su valía; les promete la prosperidad eterna a su lado si ellos se muestran capaces de merecerla. Entonces, desaparece. Se transforma en una figura distante. Las imágenes sugieren que se queda dormido, pero que va reapareciendo a lo largo de los años. Según parece, vuelve en puntos importantes de la historia para dirigir a los Silvae por determinados caminos y para ponerlos siempre a prueba.

Greggor acompañó a Marquis mientras esta le iba indicando el paso de los milenios con movimientos vagos de los brazos. Le señaló aquellas ocasiones en que el visitante intervenía deliberadamente en la evolución de los Silvae. Debido a razones desconocidas, su dios los había ido alejando de los avances más terrenales hasta detener su desarrollo tecnológico en la edad del hierro y, a partir de entonces, los impulsó a alcanzar hazañas de tipo intelectual, cercanas a lo metafísico. Gracias a su veleidoso dios, los Silvae se transformaron poco a poco en un pueblo profundamente espiritual y con un gran interés por la filosofía.

—¿Ves aquí, Greggor? Este es el principio del fin de los Silvae: la llegada de los exploradores imperiales. Establecieron contacto con ellos siguiendo los protocolos de costumbre, pero, aun así, se produjo un conflicto. Supongo que los misioneros se opondrían a la religión de los nativos. Bombardearon los centros de culto, acabaron con cientos de sacerdotes y luego se marcharon. Gracias a los archivos que recuperamos en Kar Duniash sabemos que la flota registró el planeta en su cuaderno de bitácora antes de seguir hasta la frontera exterior. Pero, lógicamente, no sabemos lo que les ocurrió una vez allí, pues no regresaron.

Se estaban acercando al final de los murales y Marquis le mostró a Greggor la última fase de la historia de los Silvae.

—Después de que se marcharan los exploradores, los Silvae estaban confusos: no podían entender por qué su dios no había aparecido para protegerlos. Sus líderes religiosos no podían ayudarles, pues todos los sacerdotes de alto rango habían sido eliminados en el bombardeo. Aquí vuelve a aparecer el dios, pero no es adulado ni reverenciado; en lugar de eso, se encuentra con que los Silvae están al borde de la barbarie y se enfada. Creo que la crónica parece indicar que el dios pensó que su gente le había fallado, que ya no se merecían más su protección.

Marquis apuntó el rayo de luz hacia la penúltima sección para que Greggor pudiera observar las consecuencias de la ira del dios. Las pinturas mostraban muerte y destrucción a una escala de la que Greggor, en su larga carrera como agente del Imperio, sólo había sido testigo en muy contadas ocasiones. La muerte esquelética recorría la jungla lanzando rayos exageradamente destructivos que separaban la piel de los músculos, los músculos de los huesos y que reducían los huesos a átomos. Utilizaron armas de un tamaño descomunal contra la superficie del planeta hasta eliminar todo rastro de vida, lo que obligó a los pocos supervivientes a refugiarse bajo tierra.

—Después de aquello, no duraron mucho más, señor. Quedaban demasiado pocos para mantener una reserva genética sostenible. Vivieron aquí abajo durante dos o quizá tres generaciones hasta que, al final, abandonaron toda esperanza. La tierra ya no podía sostenerlos y vivían con el miedo constante de que su antiguo protector volviera para erradicar a los supervivientes que quedaban.

Greggor se fue a reunir a su tripulación para empezar a trasladar los murales y volvió a dejar sola a Marquis. Esta tuvo un escalofrío y luego tuvo la extraña impresión de que alguien la estaba observando. Se giró hacia las pinturas y su vista se fijó en la mirada del dios perverso de los Silvae. Podría haber jurado que se estaba riendo de ella...

Fuentes[]

  • Codex: Necrones (3ª Edición).
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