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Veredicto del Certamen de Relatos Wikihammer + Voz de Horus ¡Léelos aquí!

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Sexto Clasificado en el III Certamen de Relatos. Escrito por Sekiva.

Arriba y abajo. La espada siguió la trayectoria que Yaiven marcó y la cabeza de otro demonio cayó al suelo. El eldar se giró y saltó desde la cornisa donde se encontraba para aterrizar con elegancia en el suelo tres metros más abajo. Allí, volvió a empezar a girar mientras más criaturas de la Disformidad se acercaban a él bramando y gritando a sus dioses oscuros. La lucha del vengador implacable parecía más un baile, moviéndose con gracia alrededor del enemigo, disparando y lanzando tajos mientras sus pies se movían a toda velocidad, pareciendo seguir los pasos de una danza. Con un certero disparo, Yaiven acabó con la última de esas desagradables criaturas y contempló la plaza donde se encontraba. El lugar, como el resto de la ciudad, estaba prácticamente en ruinas. Los estragos de la guerra habían acabado con las pocas formas y orden de los edificios, de los que solo destacaban ahora los corruptos signos de los dioses del caos que sus servidores habían dejado tras meses de estancia en ella. El eldar se reunió con el resto de su escuadra y contempló la catedral de la ciudad, que sobresalía por encima del resto de edificios. Los videntes habían marcado el lugar como la residencia del mal que pretendían erradicar, y los autarcas, generales eldars, lo habían situado como punto de encuentro de sus ejércitos. Sin mediar palabra, los guerreros alienígenas reemprendieron la marcha y abandonaron la sangrienta plaza.

Abrasiel se agachó para esquivar una estocada de uno de los demonios. El vidente desenvainó su espada y la interpuso entre él y la criatura, evitando que lo ensartara. El demonio cubierto de runas de Khôrne, lanzó un grito y empezó a golpear cada vez más rápido, obligando al eldar a retroceder mientras paraba las estocadas como podía. A su lado, los 3 brujos que le servían de escolta también se veían superados por el enemigo y retrocedían terreno en el callejón. “Maldita sea, han salido de la nada, ¿cómo puede haber tantos?” Se suponía que el camino ya estaba despejado hasta la catedral, pero los habían pillado por sorpresa y ahora estaban realmente comprometidos. El vidente maldijo su imprudencia por haber entrado en territorio enemigo sin más hombres y siguió caminando atrás hasta que notó una pared chocando contra su espalda. “Ya está bien”, pensó. Abrasiel bajó la espada y, mientras el demonio se lanzaba chillando sobre él, alzó la mano y apuntó a la criatura. Una oleada de rayos verdes surgió de sus dedos y abrasó al demonio, que fue volatilizado. El vidente canalizó más energía y fue eliminando enemigo tras enemigo. El esfuerzo lo dejó agotado, pero ya apenas quedaban un par de demonios. Entonces, la pared a su derecha estalló y cientos de trozos de mampostería se estrellaron contra su armadura rúnica. El polvo se asentó pasados unos segundos y a Abrasiel el alma se le cayó a los pies: al menos dos decenas de demonios avanzaban berreando hacia ellos. “Ahora sí que se ha acabado”.

-Idiota… -murmuró para sí. El vidente levantó la espada y se preparó para aguantar la embestida.

Tal vez si lograba resistir hasta recuperar energía psíquica podría sobrevivir. Entonces, un aluvión de disparos cayó sobre los demonios, que empezaron a caer como moscas. Abrasiel miró hacia arriba y vio a varios guerreros con armadura azul y casco blanco asomados por las ventanas de los edificios contiguos. Uno de los demonios, con todo, logró escapar de la lluvia acerada, se plantó delante del vidente y lo derribó de un golpe que le quitó la respiración. Abrasiel se golpeó la cabeza contra el suelo y todo empezó a cambiar de color y girar. La maza del demonio bajaba hacia él, pero una figura cayó sobre la criatura y lo aplastó bajo su peso y su espada. Yaiven se irguió y se quitó el casco, dejando libre su melena blanca. Sus angulosos rasgos, relajados, contrastaban con el resto de su cuerpo en tensión.

-Vidente –dijo con desdén.

-Has llegado en el momento justo, Yaiven –respondió Abrasiel levantándose con ayuda de uno de sus brujos.

-Justo a tiempo para salvarte de un error. Otro.

-Sí, Yaiven, me he equivocado, lo admito. No lo niego.

-Admitirlo habría servido de muy poco si hubierais muerto.

-Al menos no tenemos que lamentar tal pérdida.

Yaiven retorció la boca en una mueca de desprecio profundo:

-No como en Ashrael, ¿verdad?

-Ashrael fue una tragedia…

-Una tragedia que causaste tú.

-Ya basta, soldado. –el brujo que acompañaba a Abrasiel dio un paso adelante. Su casco ocultaba su rostro, pero su voz sonaba firme.– ¿Acusas al vidente de ser el culpable de ello?

-No acuso, lo afirmo. Aquí y en todos lados.

-Ashrael fue un fiasco causado por muchos factores. Entre ellos, la habilidad de nuestros guerreros.

-Brujo, -Yaiven se le acercó peligrosamente– no te atrevas a cuestionar mi valentía en la batalla en que murió mi padre.

-Fralan, déjalo –intervino Abrasiel.

-Eso, no te metas donde no te llaman, perrito faldero.

El brujo retorció las manos, pero se alejó y volvió con sus compañeros.

-Entiendo que nunca me vayas a perdonar por lo que pasó en Ashrael, pero…

-¿Cómo voy a perdonar que mandases a mi padre y a sus hombres a la muerte? ¿Tan idiota eres?

-…pero no puedes dejarte dominar por tu odio. Ya sabes por qué los eldars seguimos las sendas, no debemos dejarnos guiar por nuestras emociones, no somos humanos o cualquier otro tipo de mon-keigh. Si te dejas dominar, fracasarás.

-Curioso que seas tú el que me aconseje sobre cómo no fracasar. –El vengador implacable sonrió con sorna.– Supongo que es la experiencia en ese campo. Tan solo no te acerques a mí y no habrá que lamentar nada.

El guerrero se fue sin mirarle a la cara y se reunió con el resto de su escuadra. Abrasiel suspiró. No sabía qué iba a hacer con Yaiven, el guerrero era tan terco y rencoroso como buen soldado. El vidente notó cómo alguien posaba su mano en su hombro y se giró, Fralan lo miraba.

-No deberías permitirle hablar así.

-Como si él fuese a obedecer si se lo ordenase, ya sabes cómo es. Además, tiene razón…

-Nadie sabía lo que nos esperaba allí, vidente. Ashrael era una trampa que ninguno de los videntes descubrió.

-Pero yo fui el que lideró el ataque inicial, Fralan. Yo era el encargado de planificarlo todo, y no pude descorrer el velo que nublaba mi mente. Fue un estreno como vidente muy poco prometedor, y regado de sangre.

-Hasta el mayor de los héroes puede equiv…

-No, Fralan, no. Un vidente no tiene lugar para la equivocación, nuestro trabajo es evitarla. Ashrael es una carga con la que tendré que vivir siempre, y es mi deber llevarla sobre mis hombros.


Bueno; y así, amigos míos, es como terminó la última de las batallas por el planeta Eidolon en el milenio cuarenta.

Oh, cierto, queda el asunto de la catedral, ¿qué había dentro? Bueno, la respuesta es fácil y aterradora: una gema que contenía a un demonio de gran poder, como pocos se han visto. Los eldars bajamos al planeta precisamente para impedir su liberación, y sin esto el resto de luchas importaban poco.

Es gracioso entonces que el destino de semejante poder y responsabilidad quedase en manos de dos únicos eldars, los primeros que llegaron al lugar. Ya sabemos quiénes son: el vidente y el guerrero, el inexperto Abrasiel y el rencoroso Yaiven. No son los que habríais elegido precisamente para tal labor, ¿verdad? Yo tampoco, je, je, je, pero es lo que tocó.

Podemos saltarnos el cómo Abrasiel quiso esperar al resto de la partida y cómo Yaiven lo ignoró y se internó en la catedral, ya sabíamos que algo así ocurriría; si no, no os estaría contando esto. Trasladémonos entonces al momento en que los intereses de Yaiven, alimentado por su odio, se contraponen por última vez a los de Abrasiel.


-Está allí dentro, siento su energía psíquica.

-¿Detectas algo más, vidente?

-No. Al parecer, todos los demonios y herejes han muerto intentando evitar nuestra llegada. Su locura nunca dejará de confundirme.

-Pues no debería, vidente. El Caos es así, tendrías que saberlo a estas alturas –masculló el guerrero. Un silencio incómodo cayó hasta que el vidente volvió a hablar.

-Yaiven, ya hemos comprobado que no hay ninguna trampa y que la gema se encuentra aquí, esperemos al resto.

-No, vidente, no voy a esperar.

-¿Cómo que no? ¿Qué pretendes hacer?

-Acabar con esto de una vez, eliminar al demonio cuya liberación nos atrajo hasta esta bola de barro.

Abrasiel no pudo evitar reírse nerviosamente.

-¿Y cómo vas a hacerlo? No eres un psíquico, no sabes cómo controlarlo y terminar de encerrarlo para siempre.

-No voy a terminar de encerrarlo, eso es cosa de videntes y cobardes; voy a acabar con él.

Hubo un silencio incómodo antes de que Abrasiel volviese a hablar.

-No se puede acabar con él, tan solo mandarlo de vuelta a la Disformidad, y para eso tiene que estar libre de su prisión.

-Entonces eso haré. Lo liberaré, y luego lo mataré.

El vidente miró fijamente a Yaiven, sin terminar de creerse lo que acababa de decir.

-¿Estás loco? ¿Cómo vas a liberarlo? ¿Es que quieres morir y llevarte a todos con nosotros?

-Créeme, si eso te incluye a ti, me tienta. Pero no. He dicho que acabaré con él, no habrá demonio que se pueda imponer a mi fuerza y la de mis hombres.

-Verdaderamente no sabes lo que dices. No tienes ni idea del alcance del poder del demonio, esto es descabellado.

-Vaya, así que piensas que es un mal plan, ¿no? Bueno, entonces ya puedo estar seguro de que voy en la dirección correcta; no podrás meter la pata de nuevo, ya me encargaré yo de que sea así. –El guerrero se dio la vuelta y avanzó hacia el altar de la catedral, donde reposaba una gema del tamaño de una cabeza, roja y palpitante. Parecía un corazón y, si te fijabas bien, casi se podía oír a una voz susurrar desde su interior.

-¡Yaiven, detente! ¡Vas a provocar una masacre!

-No eres el más indicado para hablar de eso, vidente; Ashrael ya fue testigo de tu incompetencia, y no dejaré que provoques más derramamiento de sangre eldar.

-¡Yaiven, no lo hagas! ¡Es una orden! –Abrasiel desenvainó su espada.

El vengador implacable se detuvo, y se dio la vuelta. Por primera vez en toda la conversación, sonreía, aunque ésta era una sonrisa torcida, una sonrisa sarcástica: una parodia de sonrisa.

-¿Ah, sí? ¿Una orden? ¿Y qué harás si te desobedezco, me matarás?

-Hagámoslo así, Yaiven: -Abrasiel sacó una runa de uno de los pliegues de su túnica.- ésta es la de la runa que representa el equilibrio, la equidad, la justicia… Voy a lanzarla al aire, y tú vas a intentar acertar de un único disparo. Si le das, te vas; si fallas, te quedas.

-¿En serio, me retas a un disparo? ¿A mí?

Abrasiel no contestó. Con un gesto extrañamente tranquilo, su mano se envolvió en energía verde y la runa empezó a brillar.


Pese a lo que pueda parecer, Abrasiel no era torpe; no tanto, amigos. Sabía perfectamente que Yaiven probablemente acertaría, pero eso no era lo que pretendía, no era una apuesta. Al mencionar a la justicia, el joven vidente le hacía ver al guerrero que estaba actuando cegado por el odio, y le daba una última oportunidad para redimirse. El azar no tenía nada que ver con esto, era una decisión que dejaba a Yaiven: irse y condenarse, o quedarse y entrar en razón. La primera opción significaba la muerte, Abrasiel no podía permitir que se fuera, pues el demonio haría terribles estragos entre los eldars, era un precio que no se podía pagar.

Y Yaiven tampoco estaba tan ciego como para ignorar esto, había captado el mensaje del vidente. Pero el juego del guerrero era otro, se basaba en que no veía al joven vidente capaz de matar a nadie, menos a uno de su propia raza.

Así, el guerrero disparó y acertó, y selló su despectiva respuesta al desafío de Abrasiel. De este modo, Yaiven le dio la espalda al vidente, proponiéndole su propio reto, seguro de la debilidad de Abrasiel.

Y resultó que tenía razón, el joven eldar no fue capaz de asestarle un golpe por la espalda, y Yaiven llegó hasta la gema, la rompió y liberó al demonio. Y, como era de esperar, los peores presentimientos de Abrasiel se hicieron realidad. En su impulso al salir, el demonio asoló las almas de todos los psíquicos del ejército eldar, absorbiendo sus almas. Abrasiel y cualquier otro vidente o brujo que hubiera en la ciudad cayeron fulminados al suelo, convertidos en cáscaras vacías. Y fue solo entonces cuando el Destructor tomó forma material y se enfrentó al guerrero.

El gran demonio se mostró en todo su esplendor: una estatura de más de tres metros, grandes y retorcidos cuernos coronando una ensangrentada cabeza de carnero, y dos brazos portando cada uno una espada de proporciones absurdas; y, enfrente suyo, tan solo un pequeño eldar. Pero las cosas no estarían tan mal para el inconsciente de Yaiven, sus compañeros llegarían al lugar y lo ayudarían; y, si bien el poder del demonio, que acababa de alimentarse de los videntes, era grande, acababa de despertar, y no estaba en la cima de su poder.

Sí, el demonio mataría a varios, a muchos de los guerreros, Yaiven probablemente sería herido, tal vez de muerte.

Pero, si me permitís hacer una apuesta, ahora sí, yo no lo haría en contra del guerrero eldar.

Sin embargo, observemos el precio pagado por la elección de Yaiven. Todos los videntes muertos; el mundo astronave, sin guía, pues el trabajo de los videntes es servir de guías para los mundos eldars. Un vidente tiene que saber cuál es el más probable de los futuros. Un vidente debe saber qué hacer en cada situación para abordar lo que hayan percibido en sus visiones de la manera más favorable. El vidente eldar es el estratega definitivo. Donde sus compañeros mandan hacer torpes tácticas de choque y ataque, el vidente sabe que hay otras maneras más adecuadas de lograr los objetivos de su raza. Un vidente no solo sabe entonces cuál es el más probable futuro, sino cuáles son los otros, y a cuáles de ellos guían cada una de sus acciones.

Y por mucho que Yaiven lo negase con su cinismo, Abrasiel era un vidente al fin y al cabo.


Yaiven se dio la vuelta y sonrió. Entonces notó algo: dolor, y frío. El guerrero se tocó el pecho y lo notó pegajoso; se llevó las manos a la cara y la sangre resbaló de sus manos por su cara, notó su sabor en la boca y enturbiaron la mirada perdida de sus ojos verdes. Por último, Yaiven miró abajo a la espada que le sobresalía de su pecho y se derrumbó, con la sangre manando de la herida, perfilando su silueta en el suelo. Detrás de él, Abrasiel respiraba pesadamente, sujetando con fuerza la espada con las dos manos. En ese momento, los hombres de Yaiven y los brujos entraron también en la catedral. Durante un momento nadie dijo nada, y los eldars se limitaron a asimilar la escena, con el guerrero tendido en el suelo sangriento.

-¿Qué ha ocurrido aquí? –preguntó al cabo de un rato Fralan.

Abrasiel respondió sin darse la vuelta y dejar de respirar con fuerza.

-Al parecer, no soy tan mal vidente como creía.

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