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El contenido de este artículo pertenece a la saga No Oficial de la Herejía de Dorn, que ha recibido el Sello de Calidad Wikihammer.

¡Disfrútala!

Los Portadores de la Palabra no descansan en su cruzada para hacer que la galaxia adore al Emperador como a un dios. Es un deber que llevan a cabo tanto con una retórica apasionada y fiera, como con la pureza limpiadora del bólter. Fueron una de las primeras Legiones en comprender la existencia y la amenaza del Caos, y esa fe en el Dios-Emperador fue una armadura espiritual contra sus artimañas. Utilizaron este conocimiento para salvar al Señor de la Guerra Horus de su posesión en Davin, pero para su eterno sufrimiento fueron incapaces de prevenir la Herejía de Dorn, que dejó mutilada a su deidad viviente. Como Guardianes de la Fe, fundaron la Eclesiarquía y la extendieron por la galaxia, pero después de ver cómo casi hundía de nuevo al Imperio en otra guerra civil, ahora actúan como su brújula moral para asegurar que un cuerpo tan poderoso no pueda ser corrompido de nuevo.

Historia[]

Orígenes[]

De forma única entre los Primarcas del Emperador, Lorgar pasó sus años de formación no en el campo de batalla, sino entre los muros de un seminario, enfrentándose a conceptos de fe y de la naturaleza de la divinidad. El planeta Colchis había sido colonizado en los inicios de la primera oleada expansionista de los humanos por la galaxia, pero quedó aislado y cayó en el feudalismo durante la Era de los Conflictos. A través de los largos milenios, una orden conocida como el Cónclave mantuvo encendida una chispa de esperanza frente a la oscuridad. Aunque gran parte del significado de sus creencias se había perdido en la superstición, mantenían vivo el conocimiento de una humanidad que había colonizado estrellas distantes, y la promesa de que un día sería reunificada.

La historia de cómo Lorgar llegó al Cónclave es recogida por Carpinus en su Speculum Historiae. Afirma que Lorgar era capaz de sentir inconscientemente que el Emperador lo estaba buscando, y que esta fue la razón por la que los principios del Cónclave le atrajeron tanto. Una vez iniciado, absorbió cada aspecto del vasto y complejo credo, y como podía esperarse de un Primarca, sobresalió en su práctica. Empujado por el conocimiento de que la reunificación se acercaba, y urgido por su amigo y mentor Kor Phaeron, Lorgar llevó a cabo un peregrinaje por todo Colchis, predicando a quien quisiera escucharle. Sus discursos eran electrizantes, y pronto atrajeron multitudes de decenas de miles de personas, pero también dieron a sus enemigos políticos la oportunidad de eliminar a quien ellos tenían por un poderoso rival.

Sólo cuando un ejército marchó en su contra se mostraron las habilidades innatas de Lorgar para la guerra. A lo largo de dieciocho meses, su pequeño séquito de clérigos y civiles fue convertido en un ejército de cientos de miles de hombres endurecidos en combate, que barrían a todo el que se les oponía. Lorgar no había empezado la guerra, pero estaba determinado a acabar con ella. Siempre que se cansaba de la matanza, Kor Phaeron estaba allí para reafirmarle la rectitud de su causa, y para cuando el último bastión enemigo fue arrasado hasta los cimientos y la paz quedó restaurada, la tasa de muertos era verdaderamente monumental. Sus acciones se vieron reivindicadas, sin embargo, cuando poco después el Emperador y Magnus de los Mil Hijos aterrizaron en Colchis. Sin temor, Lorgar se arrodilló ante el Señor de la Humanidad, y entregó el planeta a Su adoración.

Lorgar fue instruido en las maravillas del Imperio del Emperador por Magnus, y recibió el mando de la Legión de Marines Espaciales que había sido creada a partir de su genoma. Los llamó Portadores de la Palabra, e introdujo a sus seguidores más devotos entre sus filas. Kor Phaeron estuvo por supuesto entre los primeros miembros del Cónclave en ser elegido para unirse a la XVII Legión, pero en un trágico giro del destino, sufrió unos catastróficos efectos secundarios durante el proceso de implantación de la semilla genética. Aunque la muerte de su amigo más cercano desde la infancia provocó un gran dolor a Lorgar, soportó la pérdida estoicamente, como un suceso predestinado a ocurrir. A pesar de que esas ideas eran vistas como supersticiones sin fundamento en todos los planetas del Imperio salvo en los más primitivos, Lorgar no se avergonzaba de sus creencias. Se aseguró de que los Portadores de la Palabra y el Cónclave abrazasen el culto al Emperador con una devoción sin igual. Hicieron de llevar la iluminación a la galaxia su deber.

A pesar de todas sus intervenciones, su cuerpo se estaba destrozando a sí mismo. Invocó al Panteón del Caos para que lo salvara: su gran obra aún no estaba completa. Lorgar había sido desangrado, empujado a tomar las vidas de inocentes. Había sido preparado para tener una fe ciega y crédula. Habiendo pasado la inspección del odiado Emperador, y en posesión de toda una Legión Astartes, estaba listo para ser desilusionado e iluminado por los verdaderos poderes divinos. Todos los intrincados planes, todos esos años de trabajo... Todo arruinado por la incompetencia de un servidor de implantación del Apothecarion. A través de la agonía, con los ojos nublados por el reuma, percibió difusamente una presencia: Lorgar. Intentó hablar, convencerle de la majestad de los Dioses del Caos, pero su tráquea se había hinchado y cerrado alrededor del tubo respiratorio. Intentó alcanzar la bandeja de material quirúrgico para rebanar la garganta de aquel idiota, pero había sido atado firmemente para prevenir sus violentos espasmos musculares. Mientras las células de Larraman comenzaban a coagular la sangre de sus venas, oyó el último e inconsciente insulto.

"Lo siento, hermano, pero no temas. Nadie olvidará jamás tu lealtad y tu servicio al credo. Siempre serás recordado como el Maestro de la Fe Imperial."

Atrapado dentro de su prisión de carne, rogando por su liberación, Kor Phaeron aulló.


La Gran Cruzada[]

Lorgar desapareció tras las grandes puertas blindadas de la sala del trono. Fuera, Horus permanecía tieso y firme entre los Custodes, incapaz de relajarse. Había presenciado sucesos que habían moldeado el destino del Imperio, y sentía que el encuentro que estaba teniendo lugar tras aquel muro blindado era otro momento clave. Sólo había estado una vez con Lorgar antes de aquel día, y brevemente. Su hermano le había parecido intenso y honesto, incluso crispado, pero Magnus lo tenía por amigo, y Horus había aprendido a valorar su juicio. Por eso había sido tan ardiente a la hora de intentar hacer cambiar de opinión al Emperador. Ciertamente, las expediciones de los Portadores de la Palabra habían sido lentas, pero eso nacía de la mejor de las intenciones. Horus sabía que el Emperador estaba incómodo con que algunos de Sus súbditos lo adorasen como a un dios viviente, prefiriendo el racionalismo empírico a una superstición tan descabellada, pero quizá tales creencias podían ser utilizadas para bien de la Gran Cruzada. La preocupación de Horus se basaba en que notaba algo frágil en Lorgar, como si fuese una fina espada que aún no había sido templada. Sentía un gran potencial dentro de su hermano, pero en esta etapa un castigo demasiado brutal por parte del objeto de su adoración lo destrozaría. Por esa razón había insistido tanto a su padre para que tomase un enfoque más comedido. Algo de esa conversación aún lo extrañaba. Cuando había preguntado qué había de malo con que algunos de sus súbditos lo adorasen como a un dios, la cara de su padre se había ensombrecido, y había murmurado "Mejor que me recen a mí que a... otros..." antes de detenerse. Era como si hubiera estado a punto de revelarle algún gran secreto que ocultaba dentro de Sí, pero entonces el momento pasó tan rápido como había llegado. Estaba bien, no obstante. Quizás era que se le estaba contagiando la infecciosa fe de Lorgar, pero Horus estaba seguro de que su padre le contaría lo que necesitaba saber cuando llegase el momento adecuado.


Lorgar y su Legión recibieron la misión de reclamar los dispersos mundos colonizados por la Humanidad bajo el justo dominio del Emperador, y se pusieron manos a la obra con fanatismo. Cada planeta que liberaban requería un largo período en el que construían grandes catedrales en honor al Emperador, y se ganaban al pueblo para su causa. No avanzaban al siguiente planeta sin que la devoción del anterior fuese totalmente firme. Aunque su progreso era mucho más lento que el de otras Legiones, los planetas convertidos por los Portadores de la Palabra, como Yara y Fortrea Quintus, se encuentran entre los más devotos del Imperio, fieles incluso en los días más oscuros de la Herejía. Sin embargo, con un millón de mundos que conquistar, el Emperador empezó a preocuparse.

Cuando llegó la orden de reunirse con el Señor de la Humanidad, los Portadores de la Palabra tomaron el viaje como un peregrinaje, y toda su flota abandonó sus planes de conquista para acudir a su señor. Lorgar tomó su audiencia con el Emperador como un gran honor, y absorbió cada palabra pronunciada por su padre. Emergió transformado, con sus ojos abiertos a una forma mejor de servir a la obra de su creador. Al avanzar tan lentamente, estaban negando a muchos otros mundos la Verdad del Emperador. En palabras de Lorgar:

"Que la conquista de mundos en la Gran Cruzada sea la forma en que Le alabemos."

Lorgar Aureliano

Para cuando los Portadores de la Palabra alcanzaron el siguiente planeta, la expedición había cambiado sus prácticas más allá de lo reconocible. La tarea de convertir los mundos recién sometidos a la adoración al Emperador fue cedida a hombres y mujeres ajenos a la Legión. Estos predicadores y misioneros recibieron la misión de guiar el culto de los planetas después de que los Portadores de la Palabra hubiesen partido. Además del improvisado ejército de fanáticos que los seguía al combate, una nueva formación militar, bien entrenada y equipada, fue establecida, llamada Frateris Militaris. Nominalmente independiente del Ejército Imperial, aseguraría que las voces de los predicadores fuesen escuchadas.

Estos cambios aceleraron en gran medida su avance durante la Gran Cruzada, pero no contento con extender la conversión a su pequeña esquina de la galaxia, Lorgar fue aún más allá. Contactó con sus hermanos Primarcas para convencerles de incorporar Capellanes en sus propias Legiones, y aunque muchos rechazaron la idea como una interferencia externa, los Mil Hijos, los Ángeles Oscuros y los Lobos Lunares fueron los primeros en aceptar su concepto. Lorgar envió su confesor personal, el Primer Capellán Erebus, a la Legión de Horus, y este se convirtió en un visitante frecuente y confidente del hombre que un día se convertiría en Señor de la Guerra.

A medida que los principios de adoración al "Dios-Emperador" se extendían por el Imperio, incorporaban a otros cultos nacientes dedicados al Señor de la Humanidad. Una de las sectas más influyentes que absorbieron fue la del Lectio Divinitatus, una fe extendida mayoritariamente entre los artistas, los iteradores e incluso los soldados que acompañaban a las expediciones de la Gran Cruzada. La fusión con este grupo reforzó a una religión que ya de por sí crecía con fuerza, y trajo consigo a un grupo de gente con habilidad para atrapar a la imaginación y estimular las pasiones.

En Ullanor, el Emperador anunció que iba a regresar a Terra, y que Horus dirigiría la Gran Cruzada como Señor de la Guerra en su lugar. Su último acto antes de partir fue convocar un concilio en Nikaea para dirimir las acusaciones de hechicería que rodeaban a los Mil Hijos, y en general a todos los psíquicos de las Legiones Astartes. Los Primarcas estaban muy divididos en sus opiniones, y ni siquiera la robusta defensa de Lorgar hacia su amigo pudo convencer a Russ y Mortarion de cambiar de idea. El Emperador acabó por decretar que habría mayores restricciones sobre los Bibliotecarios Marines Espaciales, y que además los Mil Hijos realizarían el ritual de la Comunión de Almas, fundiendo su esencia con la Suya para obtener una protección mayor frente a los peligros de la Disformidad. Lorgar vio esto como un gran honor para su hermano, y cuando habló con Magnus, lo llegó a describir como una "comunión con lo divino". Fue entonces cuando Magnus le reveló la oscura verdad que lo había estado acosando: que las palabras de Corax, Russ y Mortarion podían suponer un peligro mucho mayor del que podían llegar a imaginar. Esa noche, Magnus explicó a Lorgar la naturaleza del Empíreo, la existencia de los Dioses del Caos, y la vulnerabilidad de los psíquicos demasiado débiles o pobres de voluntad. Era, según dijo, una verdad tan devastadora que el Emperador preferiría que no se supiera, incluso entre la mayoría de Sus hijos, para que no se extendiera el miedo. Magnus, sin embargo, creía que Lorgar debía saberlo, y que la extendida fe en el Emperador sería vital para protegerles de los Poderes Siniestros.

La vigilancia de los Portadores de la Palabra y de los Mil Hijos demostró su utilidad antes de lo que podían haber sospechado. En el primitivo mundo de Davin, el Señor de la Guerra Horus fue derribado, y aunque los perplejos Apotecarios diagnosticaron equivocadamente su enfermedad como el efecto de un veneno, el Primer Capellán Erebus reconoció los signos de la posesión demoníaca. Junto con la presencia psíquica del Primarca de los Mil Hijos, Erebus llevó a cabo un exorcismo que expulsó a la entidad y trajo de vuelta al Señor de la Guerra.

A partir de ese momento, los Hijos de Horus se unieron a la guerra oculta contra el Caos.

Segmentum Ultramar[]

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"+++Pueblo de Quintarn, habéis apartado vuestros ojos de la Luz del Emperador, y por este odioso crimen, debéis enfrentaros a las consecuencias. Nuestra flota llegará en <crujido> sesenta... y... nueve... horas y... veintiún... minutos, <crujido> y a menos que todo ojo haya sido arrancado antes de esa hora, todo vuestro mundo será reducido a cenizas. <crujido> Pueblo de Quintarn, habéis apartado vuestros ojos de la Luz del Emperador, [...]+++"

Fragmento de una grabación automatizada retransmitida por la flota de los Portadores de la Palabra

La posesión del Señor de la Guerra, apenas evitada, había revelado a Lorgar la seria amenaza representada por los Poderes Ruinosos, y que ni siquiera los Primarcas eran inmunes al peligro. El Imperio aún no estaba listo para aceptar todo el horror de aquello a lo que se enfrentaba, pero Lorgar, junto con Horus y Magnus, permaneció alerta a las maquinaciones del Caos. En un amargo giro de los hados, esta misma cautela fue utilizada por el Architraidor para su propio beneficio, lo que demuestra la astucia del Gran Enemigo.

Desde hacía tiempo había habido preocupación sobre el creciente territorio de Roboute Guilliman en el Este galáctico. Durante la Gran Cruzada, su búsqueda de poder y control le había llevado a conquistar vastas áreas de la galaxia, y su Legión había crecido en consonancia. Incluso con la Franja Este sometida, el dominio de Guilliman había seguido creciendo a medida que los mundos que hacían frontera con él solicitaban unirse a su "Segmentum Ultramar". Cuando Rogal Dorn presentó a Lorgar pruebas de que los Ultramarines se disponían a separarse del Imperio y retar al justo dominio del Emperador, Lorgar se preocupó inmediatamente por si los Poderes Ruinosos habrían encontrado en Guilliman a su nuevo campeón.

Consciente de las sospechas de Lorgar, Dorn dejó sutiles pistas para reforzar la impresión de que los Ultramarines habían sido corrompidos. Afirmando que era la voluntad del Emperador, Dorn había llamado a la mitad de las Legiones Astartes para asaltar el Segmentum Ultramar. Mientras el grueso de las fuerzas se disponía a atacar a Guilliman en su última conquista, Istvaan V, los Portadores de la Palabra y la Legión Alfa fueron enviados a atacar directamente al Segmentum Ultramar. Siguiendo su táctica favorita, Alpharius dispersó a su Legión a lo largo y ancho del territorio enemigo, para desestabilizarlo, mientras la flota de Lorgar ponía rumbo directo hacia los mundos centrales asumiendo que con Guilliman muerto o capturado, los rebeldes buscarían el liderazgo de Macragge. Este plan fue malogrado por la creciente cantidad de naves enemigas que la seguían por la Disformidad. Esto fue tomado por otra prueba de la alianza de los Ultramarines con lo demoníaco, y sólo mucho después se hizo evidente que su rumbo había sido delatado por Dorn, el Architraidor. Obligados a salir de la Disformidad mucho antes de llegar a Macragge, en un área conocida sólo como el Abismo, los Portadores de la Palabra destrozaron a la flota Ultramarine que los perseguía con la ferocidad nacida de la rectitud ofendida.

A pesar de su triunfo, los escaneos astropáticos y las lecturas del Tarot del Emperador dejaban claro que se habían reunido ejércitos inmensos para la defensa de Macragge. Conociendo el dogmatismo de los Portadores de la Palabra, los Ultramarines habían confiado en que nada desviaría a Lorgar de un ataque frontal, y por tanto habían llevado a sus tropas y flotas al obvio y bien defendido campo de batalla de su mundo capital. Aunque no poseía el genio táctico de Horus o Alpharius, la decisión de Lorgar de dividir su flota y atacar a los sistemas vecinos para alejar a los Ultramarines de Macragge pilló a los defensores por sorpresa.

Mostrando un grado de brutal inventiva nunca antes asociado a los Portadores de la Palabra, los apenas defendidos mundos de Ultramar fueron devastados. Iax y Talassar fueron invadidos y sus ciudades saqueadas, Masali fue bombardeado desde la órbita, y la estrella de Calth fue asesinada por la Barcaza de Batalla Kor Phaeron. Pero incluso eso palideció en comparación con Quintarn, al que convirtieron en el Mundo de los Ciegos sin tener que disparar una sola bala. La campaña logró alejar a los Ultramarines de Macragge, y en las primeras fases pareció que sólo era cuestión de tiempo que el planeta quedase lo bastante debilitado para ser atacado directamente. Demasiado pronto, sin embargo, empezaron a llegar refuerzos, y no sólo de los subsectores vecinos, sino también Ultramarines frescos tras su sorprendente victoria en Istvaan.

La comunicación con el Imperio a través del territorio hostil era problemática, pero al final se vio claro que Istvaan V había sido una trampa. Rogal Dorn había estado aliado con Guilliman, y el Pretoriano había arrojado al Imperio a una guerra civil. Muchos de los Capitanes de Lorgar le rogaron que hiciera regresar a la Legión a Terra a toda prisa, pero su Primarca se negó. Lorgar dijo que ningún ejército podría resistir ante el Emperador, y que como dios que era, destruiría inevitablemente a los Traidores. Su deber seguía siendo el mismo: eliminar al aliado de Dorn y evitar que marchara contra Terra. Los historiadores han debatido sobre los motivos de Lorgar para no regresar a Terra. Muchos lo atribuyen a su testarudo dogmatismo y a su fe en la divinidad del Emperador, aunque unos pocos barajan consideraciones prácticas: estaban tan alejados y tan atascados en el conflicto, que nunca hubieran sido capaces de regresar a tiempo de marcar una diferencia. Lorgar ya había mostrado más habilidad táctica de la que se le creía poseedor, y esto se ha tomado como otra prueba más de una creciente madurez táctica.

Mientras la guerra continuaba, el propio Guilliman regresó para coordinar las defensas, y la purga de los mundos centrales degeneró en un sangriento estancamiento. Aunque la Legión se alegraba de que la amenaza que suponían evitara que los Ultramarines avanzasen para reforzar la insurrección de Dorn, las probabilidades de que los Portadores de la Palabra llegasen algún día a poner un pie en Macragge parecían disminuir cada día, hasta la llegada de los enviados de la Legión Alfa.

Trabajando al fin en equipo, se diseñó un plan para romper el punto muerto. Con el genio táctico de Alpharius y la testaruda determinación e indomable voluntad de Lorgar, Macragge caería de rodillas a sus pies. Utilizando al propio Alpharius como cebo, la Legión Alfa atrajo a Guilliman y a gran parte de sus tropas al planeta Eskrador. Los Ultramarines no podían dejar pasar esta escasa oportunidad de devolver el golpe a la Legión Alfa en campo abierto, y aprovecharon el aparente decaimiento de la amenaza de los Portadores de la Palabra para atacar con todas sus fuerzas.

Sin embargo, el gran asalto sobre Macragge nunca llegó. Justo cuando los Portadores de la Palabra se estaban retirando de sus dispersos conflictos para reunirse con vistas a un asalto planetario en masa, sus planes fueron destrozados por una noticia catastrófica: el Emperador había sido gravemente herido por Dorn y estaba moribundo. Lorgar no podría haber detenido a su Legión en su apresurada partida a Terra incluso de haber querido hacerlo, y abandonaron toda precaución. En su dolor, la Legión Alfa fue olvidada. La retirada se convirtió en huida, y muchos hermanos murieron durante el regreso a sus naves. Muchos más perdieron sus vidas cuando las naves fueron destruidas por la flota de Ultramar que los perseguía.

Un sentimiento de desolación envolvió a la Legión en su interminable viaje de vuelta a Terra. A pesar de la tranquilizadora presencia de Lorgar, la idea de que su Dios-Emperador pudiese ser vulnerable y, por tanto, falible, los devoraba. Para algunos hermanos heridos fue demasiado, y muchos de ellos, que deberían haber regresado rápidamente a sus escuadras, murieron en sus camas del Apothecarion. Incluso orgullosos veteranos que habían sobrevivido sin un rasguño ni queja a las más sangrientas batallas de Calth e Iax sucumbieron a la melancolía, acostándose para descansar, pero sin despertar ya nunca más.

En las profundidades de su dolor Lorgar se dirigió a ellos. Cada hermano de cada nave oyó su discurso. El Emperador no estaba muerto, dijo. Su corazón aún latía y Su alma aún brillaba como una supernova dentro del Astronomicón. ¿Acaso no había destruido al Architraidor y expulsado a las Legiones Traidoras de Su vista? Explicó que esto era un acto trascendental, predestinado, y que igual que en el caso del destino de su amigo Kor Phaeron, ellos no eran quién para cuestionar o dudar de las divinas acciones del Emperador. Los sucesos que habían soportado eran una prueba de fe: algunos habían demostrado no ser lo bastante dignos y habían sido juzgados correspondientemente. Aquellos que quedaban se habían probado a sí mismos, y eran aún más fuertes por ello.

Cuando Lorgar bajó del púlpito de mando, hubo un silencio tan profundo que ahogó el ruido de los motores de Disformidad de la flota. Entonces, al unísono, todos los hermanos alzaron un grito de devoción al Emperador y a su Primarca. Con ese único discurso, Lorgar curó las heridas espirituales que habían amenazado con incapacitar a los Portadores de la Palabra, y para cuando alcanzaron Terra estaban listos para tomar su puesto como ejemplos de fe en el Dios-Emperador de la Humanidad.

La Eclesiarquía[]

La Herejía de Dorn había revelado la verdadera y horrible naturaleza de los Poderes Ruinosos y, a pesar de, o incluso debido al sacrificio del Emperador, los ciudadanos imperiales se volcaron a adorarle. El discurso de Lorgar sobre la fe en el Señor de la Humanidad como escudo espiritual contra el Caos conectó con un temeroso populacho, y en cuestión de décadas se había convertido en la religión oficial del Imperio. La monumental tarea de coordinar la adoración al Dios-Emperador por toda la galaxia fue confiada a un nuevo cuerpo llamado Adeptus Ministorum, o Eclesiarquía. Era de esperar que Lorgar, autor de la mayoría de sus principios de fe e hijo del Divino Emperador, dirigiese esta nueva organización. Como Eclesiarca, se convirtió en uno de los Altos Señores de Terra, el grupo que gobernaba en lugar del Emperador.

Las catedrales, basílicas y monasterios dedicados a la fe en el Emperador florecieron por el Imperio, especialmente en aquellos planetas pisados por el mismísimo Señor de la Humanidad durante la Gran Cruzada. Ningún auténtico ciudadano imperial carecía de uno o varios medallones marcados con el sello del trueno y el relámpago, y las capillas en lugares de trabajo y hogares se hicieron algo común. Los predicadores y misioneros acompañaban a las flotas que devolvían a los planetas al seno del Imperio, enseñando incluso al más atrasado mundo feudal una versión adecuadamente simplificada del credo.

Lorgar empleó su creciente influencia para sanar la ruptura entre Terra y los Adeptos de Marte. Había mucho rencor guardado por el relativo silencio del Mechanicum durante la Herejía, pero tras mucha discusión, se alcanzó un entendimiento por el que los Tecnosacerdotes y Magos reafirmaron muy ostentosamente que el Omnissiah era un aspecto de la divinidad del Emperador. También canjeó el apoyo de los Portadores de la Palabra a las Cruzadas de Abaddon a cambio del de este a sus propias Guerras de Fe. Estas, en su mayoría, eran dirigidas contra las Legiones Traidoras más entregadas a los Dioses del Caos, pero en ocasiones se hizo necesario luchar contra mundos humanos que habían pervertido el Credo Imperial para su propio beneficio.

La Era de la Apostasía[]

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El Gran Sacrificio de Lorgar (tapiz de la Basílica del Emperador Ascendente de Dimmamar).

Aunque Lorgar era el Eclesiarca, también era un Primarca del Adeptus Astartes y siguió dirigiendo a su Legión al combate. En el M36, las tormentas de Disformidad se extendieron por todo el Imperio, perturbando el tráfico interestelar y debilitando la separación entre el plano físico y el reino de los Poderes Ruinosos. Esto llevó a un descontento generalizado por los periódicos aislamientos de los planetas, y los susurros del Caos ganaron fuerza. Fue el inicio de lo que después sería llamado la "Era de la Apostasía". Para combatir esto, Lorgar viajó personalmente por el Imperio, volviendo a prender la llama de la fe en aquellos que la habían perdido, y destruyendo a los cultos del Caos que habían surgido en un número sin precedentes.

En el planeta Dimmamar, Lorgar dirigió a un ejército de Portadores de la Palabra y Frateris Militaris contra un estallido de la Plaga del Descreimiento. La escala de la infección era mucho mayor de la que habían esperado: la mayor parte de la población había degenerado en muertos vivientes de ojos vacíos, y los Demonios de Nurgle acechaban por las calles. A pesar de la inspiradora presencia de Lorgar, su pequeña fuerza fue aislada y rodeada por miles de millones de enemigos. Cuando su último proyectil de bólter se hubo gastado y el último contenedor de promethium santificado se quedó seco, Lorgar abrió de par en par las grandes puertas de la catedral que habían estado defendiendo. A la sombra de la casa de adoración a su padre, él y sus Hermanos de Batalla avanzaron, sin miedo, contra la marea de despojos infectados. Lorgar recitaba, con una voz fuerte y firme, las Escrituras de los Muertos, mientras blandía con una mano su sagrado crozius y una pica de adamantio de un metro de largo tomada del dañado altar de la catedral en la otra.

La masacre continuó durante días, y Lorgar se cansó, no de la batalla, sino del desperdicio de la Humanidad del Emperador. Aunque podría haber seguido luchando hasta el fin de los tiempos, Lorgar cayó de rodillas en oración a su padre. Mientras su séquito formaba un círculo protector en torno al Primarca, el campo de batalla fue cubierto por un brillo dorado y un sentimiento de paz que detuvo incluso a las hordas pestilentes. Cuando desapareció, el alma del Primarca de los Portadores de la Palabra había retornado al Emperador. A pesar de las muchas heridas que había sufrido, su rostro mostraba paz y descanso. Su sacrificio final infundió la Gracia del Emperador al planeta, y al hacerlo todos los Demonios fueron expulsados y la Plaga del Descreimiento fue purgada de todos los habitantes de Dimmamar. Se dice que no hay hombre más fanático que el converso, y los supervivientes de Dimmamar se entregaron a demostrar la verdad de esto. Como prueba viviente del poder del Emperador para salvar sus cuerpos y sus almas de los Poderes de la Ruina, regresaron a la adoración a la Sagrada Terra con pasión. Pronto, Dimmamar se convirtió en un mundo santuario, y tal era la piedad de sus habitantes que los Portadores de la Palabra incluso empezaron a reclutar nuevos miembros de entre ellos.

Para los Portadores de la Palabra, la pérdida de Lorgar fue una tragedia sólo superada por la dolorosa mutilación del Emperador en el clímax de la Herejía de Dorn. Sin su Primarca, los Portadores de la Palabra estaban desprovistos de toda inspiración y propósito, cumpliendo sus cometidos como antes, pero eran pálidas sombras de lo que una vez habían sido. En el inmenso vacío dejado por Lorgar se colocó un ambicioso y avaricioso Marine Espacial llamado Goge Vandire. Era mejor en la organización que en la piedad, y su principio de vida demostró ser la acumulación de poder. Nunca se debería haber permitido a semejante persona ingresar en la Legión, pero una vez dentro, su naturaleza maquinadora y manipuladora le hizo ascender inexorablemente por la escala de mando. Mientras la Legión se lamentaba, Vandire asumió rápidamente el mando de los Portadores de la Palabra, y al hacerlo se convirtió en el nuevo Eclesiarca del Imperio. Una vez instalado en Terra como Alto Señor, Vandire se aprovechó de la simpatía por la muerte de Lorgar para aumentar aún más su poder. A medida que su confianza y su ansia de control crecían, utilizó la manipulación, el soborno y las amenazas de excomunión contra los Altos Señores que se atrevieron a oponérsele. Para cuando se hizo evidente que Vandire había ordenado el asesinato del Señor del Astronomicón y lo había reemplazado por un candidato más maleable, ya era demasiado tarde: su posición en el poder era inamovible.

No obstante, el Imperio de Vandire estaba en un estado peligrosamente frágil. Aún dividido por las tormentas de Disformidad y asediado por las resurgentes Legiones Traidoras, su respuesta fue convocar Guerras de Fe cada vez más brutales. En vez de dirigirlas contra el verdadero enemigo, estos pogromos se centraron en perseguir a aquellos grupos del Imperio que mostraban diferencias doctrinales del carácter que fuera respecto a su cada vez más idiosincrásica visión, o contra aquellos mundos que no pagaban los crecientes tributos exigidos por el Ministorum. Mientras que la radical interpretación de los dogmas de Vandire se diferenciaba brutalmente de la de Lorgar, el concepto de desobedecer las órdenes se sufrió quizá más entre los Portadores de la Palabra que en cualquier otra Legión. Una profunda sensación de incomodidad se extendió por la XVII Legión, y desarrollaron interpretaciones a cual más creativa de los edictos de Vandire para minimizar el daño que estaban causando, para gran disgusto de su señor.

Los sucesos llegaron a su clímax cuando Vandire pasó a oponerse al único grupo capaz de amenazar sus planes: las Legiones Astartes. Hasta ese momento, las demás Legiones habían permanecido neutrales en el choque de poderes. Las Guerras de Fe eran dirigidas cuidadosamente para evitar sistemas con mundos natales o bases de reclutamiento de Astartes, y ambos bandos eran reticentes a abrir fuego por miedo a desatar una segunda guerra entre Legiones. Este incómodo arreglo fue roto cuando Vandire acusó a los Hijos del Emperador, que nunca habían sentido necesidad de tener Capellanes entre sus filas, de impiedad. Cuando el Señor de la Legión de los Devoradores de Mundos habló en su defensa, él y su Capellanía fueron acusados de apostasía por desafiar la voluntad del Eclesiarca. Con el peligro de que Legiones enteras fuesen declaradas Excommunicate Traitoris, parecía inevitablemente que el hermano volviese a enfrentarse al hermano, para ruina de todos.

La Caída del Tirano[]

El hombre que acabaría por alzarse para encarnar la resistencia contra el reinado de terror de Goge Vandire vino de entre las filas de los Portadores de la Palabra: un joven Iniciado llamado Sebastian Thor. Él era todo lo que Vandire no era: devoto, pío y altruista. De hecho, Thor había nacido en Dimmamar en la época del sacrificio definitivo de Lorgar, algo cuyo simbolismo no olvidaron sus seguidores. Thor afirmaba con gran pasión y elocuencia que los actos de Vandire escupían sobre todo lo que había defendido su Primarca, y le exigía que dimitiese de inmediato. En respuesta, Thor fue declarado hereje y sentenciado, en su ausencia, a muerte. Cualquier ejército enviado a cumplir el decreto del Eclesiarca, ya fuera de Frateris Militaris, del Ejército Imperial, o de los propios Portadores de la Palabra, simplemente pasaba a engrosar la hueste de Thor al ser convencidos por su inspiradora retórica. Reconociendo en él parte del sentido de su propósito que habían creído perdido, los Portadores de la Palabra acudieron al estandarte de Thor. Incluso Marines Espaciales de otras Legiones se unieron al gran peregrinaje por el Imperio, que se dirigía inexorablemente hacia la Sagrada Terra y hacia el enfrentamiento con el enloquecido Eclesiarca.

Notando que su control del Imperio se le escapaba, Vandire reveló entonces la existencia de una fuerza oculta y fanáticamente leal a su persona. Durante mucho tiempo había estado preocupado por la forma en que su propia Legión había respondido a sus edictos, y sabiendo que los Frateris Militaris no eran rival para los Astartes, Vandire, mediante viles engaños, había criado una secta llamada las Consortes del Emperador con el fin de convertirlas en sus verdugos personales. Su fe fue sutilmente corrompida para convertirla en una inamovible devoción hacia el propio Vandire, y utilizando su posición las armó con potentes armas e incluso con una cruda variante de servoarmadura. El desafío público de Thor empujó a Vandire a enviar contingentes de sus Consortes para asegurar la obediencia de los Portadores de la Palabra, pero este insulto se volvió en su contra. La resultante matanza llevó a más Grandes Compañías a ponerse de parte de Thor.

Para cuando la coalición llegó a la Sagrada Terra, la paranoia y la desesperación de Vandire habían alcanzado un nivel febril. La seriedad de la situación se había filtrado incluso hasta la sala blindada del trono del Emperador, y la tragedia estalló cuando un grupo de Custodes fue atacado y asesinado por las Consortes, que afirmaron que habían intentado apartarlas de su lealtad a Vandire.

Tras este incidente, lo que se conoció como el Segundo Asedio de Terra fue sangriento y breve. Negándose a rendirse, incluso ante el disgusto del propio Emperador, las Consortes fueron eliminadas por completo, y su orden fue expulsada de las páginas de la historia. Desencajado y enfurecido, Vandire fue sacado a rastras de su escondrijo por Sebastian Thor, acabando con su mal gobierno. Los dos Portadores de la Palabra fueron entonces conducidos por los Custodes a la sala del trono del Emperador para ser juzgados. Mientras que Thor emergió como el nuevo Eclesiarca, Goge Vandire nunca volvió a ser visto, y ninguno de los presentes hablaría jamás de su destino.

Es un testamento al carácter de Sebastian Thor que fuera capaz de reconstruir la reputación tanto de la Eclesiarquía como de los Portadores de la Palabra. Parte del acto de contrición fueron los radicales cambios llevados a cabo en ambos cuerpos. Mientras que los Altos Señores de Terra eran purgados de la influencia de Vandire, Thor aprovechó el amainamiento de las tormentas de Disformidad para viajar por el Imperio y reorganizar el Ministorum. Aunque Vandire ya no existía, sus seguidores se negaban a rendir sus pequeños feudos sin luchar. Las Legiones Traidoras también habían aprovechado la confusión para aventurarse fuera del Ojo del Terror: cuando los Portadores de la Palabra llegaron a los dominios del Cardenal Apóstata Bucharis, se encontraron con que toda la población del subsector había sido masacrada por los carniceros de los Lobos Espaciales de Leman Russ.

Al fin, la avaricia, la corrupción y el ansia de poder que tanto habían proliferado bajo el gobierno de Vandire fueron eliminadas. Con el Ministorum devuelto a su función de guiar la galaxia en la adoración al Divino Emperador y de proteger al Imperio de los susurros de los Poderes Ruinosos, Sebastian Thor anunció su reforma final: dimitió como Eclesiarca. Nunca más volvería un Portador de la Palabra a ostentar el título. En su lugar, la Legión se convirtió en la Cámara Militante del Ministorum, actuando no sólo como su fuerte brazo derecho, sino también como el cuerpo encargado de asegurar que nunca volvería a pasarse de la raya. Estas decisiones devolvieron la estabilidad a la galaxia, y marcaron el fin de la Era de la Apostasía, y desde entonces, los Portadores de la Palabra han sido diligentes guardianes de la Verdad del Emperador en el Imperio.

Doctrina de combate[]

"Nosotros los Astartes cargamos contra las armas del Archienemigo vestidos con ceramita y portando las armas más poderosas que la Humanidad puede diseñar. Ellos hacen lo mismo envueltos sólo en una plegaria. La próxima vez que hables mal de nuestros hermanos peregrinos, chico, harás lo mismo."

Sargento Dolchac de los Portadores de la Palabra

La Legión frecuentemente acude a la batalla dirigiendo grupos mucho más grandes, como Frateris Militaris, regimientos del Ejército Imperial o incluso masas de peregrinos. También dan mucha importancia a las adivinaciones e interpretaciones del Tarot del Emperador, y por esta razón los Portadores de la Palabra se han ganado una reputación de inflexibilidad e ingenuidad tácticas. Aunque es cierto que no pueden igualar la habilidad con las armas de los Devoradores de Mundos, ni la sagacidad estratégica de la Legión Alfa, el comandante que los subestima comete un grave error. Una vez dedicados a un objetivo, los Portadores de la Palabra se llenan de una imparable voluntad de tener éxito, y las exhortaciones de sus Capellanes los conducen a increíbles hazañas de fuerza y resistencia que sólo pueden acabar en victoria o en martirio. Inspiran ese mismo fervor en aquellos que los rodean, de tal forma que una vez comenzada, la batalla sólo puede terminar con la aniquilación completa de uno u otro bando. Aunque los Portadores de la Palabra son la letal punta de lanza de cualquier ataque, el efecto psicológico de ver a una interminable marea de fanáticos enloquecidos cargando contra el enemigo no debe ser ignorado. Estas masas a menudo no están formadas más que por ciudadanos locales sin entrenamiento y equipados con armas improvisadas. Individualmente no son rival para un oponente bien entrenado, y a pesar de todo entregan voluntariamente sus vidas al servicio del Emperador, y son alabados por ello. Por todo el Imperio hay vastos monumentos levantados para honrar el glorioso sacrificio de estos mártires, a menudo junto a las fosas comunes de los caídos.

La Torre de Sangre[]

El monumento más alto a los caídos es la recientemente completada Torre de Sangre, en el planeta Tanakreg. Los Traidores de la Legión de los Manos de Hierro asaltaron la colmena capital de Shinar y expulsaron a los supervivientes a la espesura circundante. El pequeño contingente de Portadores de la Palabra que acudió en respuesta encontró al enemigo en gran número y bien atrincherado, pero fue capaz de reunir a los refugiados dispersos y llenarlos de justa furia para recuperar su ciudad. Incluso los veteranos más endurecidos del Ejército Imperial habrían desfallecido al ver cómo sus camaradas eran despellejados hasta el hueso por el armamento de los Traidores, pero los ciudadanos de Shinar estaban resueltos. En una larga noche de masacre, la colmena fue liberada, y aunque fue reducida a unas ruinas inhabitables en el proceso, las abominaciones mecánicas de Ferrus Manus fueron destruidas al fin. En honor a los caídos, una vasta torre fue construida donde la ciudad se había alzado. En la ceremonia de dedicación, el Capellán Veraik, veterano de la campaña, dijo que la torre había sido construida, como el Imperio, con sangre de mártires. La torre se extiende hasta penetrar en las nubes, y los peregrinos sostienen que contiene un bloque por cada vida que se perdió aquel día, aunque los cálculos han demostrado que de ser así, alcanzaría la órbita baja.

Organización[]

Durante casi cinco milenios, los Portadores de la Palabra fueron comandados por Lorgar, y en su ausencia, esta función ha recaído en el Señor de la Legión. Conscientes de que el primer poseedor de este título estuvo peligrosamente cerca de destruir la Legión, sus sucesores se han esforzado por intentar redimirse. A pesar de la autoridad moral que los Capellanes poseen entre los Portadores de la Palabra, no tienen un mando directo sobre ellos. Su misión de proporcionar guía espiritual, inspirar a sus hermanos y vigilar las almas de aquellos a su cargo es demasiado importante como para que puedan entretenerse en las minucias de la dirección de la batalla.

Los Bibliotecarios son muy valorados por los Capitanes de las Grandes Compañías, y sus adivinaciones y habilidades predictivas basadas en la lectura del Tarot del Emperador son utilizadas para establecer la estrategia. También es muy común que las Compañías sean drásticamente reorganizadas en la víspera de la batalla según cómo caigan las cartas, incluso si no encaja con lo que se sabe del enemigo o lo que se espera de las condiciones del campo de batalla. A pesar del desprecio hacia esta práctica fuera de la Legión, ha demostrado estar inspirada por lo divino en incontables ocasiones. Incluso cuando ha llevado a catastróficas derrotas, estas son soportadas con estoicismo como la Voluntad del Emperador.

Debido a los dramáticos cambios organizativos entre batalla y batalla, las escuadras no son asignadas a especialidades de Asalto, Tácticas o Devastadoras. En cambio, se espera de los Marines Espaciales que sean duchos en cualquiera de esos papeles. Su designación en el campo de batalla se muestra con trapos votivos de colores colocados en sus hombreras (por ejemplo, los Devastadores emplean paños negros), y los Sargentos muestran con orgullo sus colores en estandartes ricamente bordados colocados sobre su espalda. Unas exhibiciones tan ostentosas no sólo ayudan a identificar la posición de cada escuadra a sus oficiales, sino que también espolean a sus aliados a realizar actos mayores de valor.

Su papel como guardianes del Credo Imperial, imponiendo y, cuando hace falta, manteniendo a raya el poder del Ministorum, obliga a que las fuerzas de la Legión estén distribuidas dispersamente por toda la galaxia. Por esta razón, las Grandes Compañías de los Portadores de la Palabra se componen de menos de quinientos Marines Espaciales cada una, quizá la mitad del tamaño de las que pueden encontrarse en el resto de Legiones. Sus flotas van acompañadas de destartalados transportes civiles atestados de fanáticos ansiosos de convertirse en mártires por la causa, así como por regimientos de Frateris Militaris. Cubiertos por armaduras de caparazón de color negro mate, y armados con poderosas armas infierno y purgadoras armas flamígeras, los sombríos Frateris se esfuerzan sin descanso por emular a sus superiores Astartes.

Los Capellanes de los Portadores de la Palabra[]

Incluso en una Legión de devotos, los Capellanes de los Portadores de la Palabra destacan como epítomes de la Verdad del Emperador. Encargados de asegurar la salud espiritual de la Legión, aquellos elegidos para entrar en el Reclusiam son entrenados y probados intensivamente antes de permitírseles portar el crozius y el rosarius propios de su oficio.

Como corresponde a su dedicación al Emperador, la imagen de Su antiguo icono del trueno y el relámpago es mostrado bien visiblemente. Este emblema sustituye al Aquila, y data de las Guerras de Unificación de Terra. Lorgar lo seleccionó en lugar del águila bicéfala para honrar al decreto de su padre de que los únicos Astartes que vestirían el símbolo del águila serían los de la Legión de Fulgrim.

Del mismo modo que sus almas son santificadas y templadas por su entrenamiento, también lo es su armadura. El proceso oscurece las placas de ceramita gris granito hasta dejarlas del color del azabache. Esto, junto con la distintiva Máscara de Muerte con forma de calavera que llevan, los convierte en algo temible de contemplar.

Creencias[]

La creencia en el Emperador como ser divino es la guía de los Portadores de la Palabra. Entienden mejor que muchos la amenaza de los Poderes Ruinosos, y que la Humanidad está asediada por todas partes por fuerzas malignas que desearían destruirla o esclavizarla. Sólo mediante un entendimiento y aceptación profundos de la Luz del Emperador puede el Imperio esperar sobrevivir, y con este fin ayudan a extender Su Sagrada Palabra hasta los confines más lejanos de la galaxia.

Aunque es algo rutinario grabar las palabras de Lorgar en la ceramita de sus servoarmaduras, algunos Iniciados deciden grabarse a fuego largos pasajes de los textos sagrados en su piel para no estar nunca sin las palabras de su Primarca. Esta práctica a veces es llevada al extremo por los Capellanes, unos pocos de los cuales han llegado a cubrir todo su cuerpo, su cabeza e incluso sus lenguas con la sacra escritura. Esto se hace con un estilo al rojo vivo y savia del arbusto de la jula negra, una planta nativa de Colchis. Debido a las sobrehumanas capacidades regenerativas del cuerpo de los Astartes, incluso estas potentes cicatrices acabarán por desaparecer con el tiempo, e igual que la fe debe ser renovada constantemente, así también debe ser marcado de nuevo el texto votivo en su piel.

Mundo natal[]

Colchis, largo tiempo aislado del resto de la galaxia humana, renació con la llegada de Lorgar. Su presencia trajo de vuelta no sólo una nueva era de piedad, sino que atrajo la atención del mismísimo Dios-Emperador al planeta. En los miles de años desde su anexión al Imperio, Colchis se ha convertido en un punto focal del Adeptus Ministorum. Los santos lugares y templos del Cónclave han sido expandidos, y ahora hay una multitud de catedrales, basílicas y santuarios dedicados a los santos y, a través de ellos, al Señor de la Humanidad.

Los peregrinos acuden a Colchis a millones, pero el lugar más sagrado, el lugar donde el Emperador pisó Colchis por primera vez, les está vedado, porque en ese punto se construyó la Fortaleza-Monasterio de la Legión. Desde allí, protegidos por muros de adamantio tan fuertes como su fe, los Portadores de la Palabra se aseguran de que se cumple su pacto con el Imperio. Grabado en esos muros, del mismo modo que lo está en sus almas, se encuentra el credo que Lorgar adoptó al regresar a Colchis tras ver al Emperador enterrado en el Astronomicón: "El Emperador protege, pero nosotros también debemos proteger al Emperador."

Semilla genética y reclutamiento[]

Como su fe, la semilla genética de los Portadores de la Palabra es pura, con todos sus implantes funcionando igual de eficientemente que cuando Lorgar dirigía la Legión. Sus Apotecarios tratan a las semillas como objetos sagrados, conexiones palpables con su amado Primarca, dedicándoles la misma reverencia a ellas que los Capellanes dedican a la palabra de Lorgar.

Los Portadores de la Palabra obtienen reclutas no sólo de Colchis, sino de todos los dominios del Emperador. La fuerza de fe es un factor tan importante como la habilidad con las armas, y por eso los mundos cardenalicios y los orfanatos de las Schola Progenium, regentados por el Ministorum, son bases de reclutamiento primarias. Se espera de los Portadores que estén concienzudamente versados en los escritos de Lorgar, los cuales enseñan la importancia del sacrificio, y la disposición a sufrir dolor y muerte enfrentándose a los impuros. Tales lecciones son una excelente preparación para la vida de un Astartes.

De la misma forma que el proceso de implantación genética refuerza su cuerpo, sus lecciones en teología refuerzan sus almas. A pesar de la habilidad de los Apotecarios de la Legión, hay casos en los que el legado genético del Primarca halla al Neófito indigno. Igual que sucedió con el amigo de Lorgar, Kor Phaeron, esto se acepta estoicamente como la Voluntad del Emperador. La mayoría de los que son rechazados reciben la Paz del Emperador, pero algunos son salvados, y encuentran otra forma de servir haciendo tareas menores para el Ministorum. Debido a esto, no es raro ver a estas pobres figuras deformes y jorobadas en las sombras de las catedrales, actuando como pasadores de páginas en los coros durante las misas, o tocando las campanas para llamar a los fieles a la adoración.

Grito de guerra[]

Los Portadores de la Palabra no tienen un único grito de batalla prefijado. En su lugar, el Capellán selecciona un pasaje apropiado de los Libros de Lorgar. Entonces dirige a los Astartes reunidos en una recitación de la fe, antes de bendecirlos para la inminente batalla.

Leer más[]

Herejía de Dorn - Historia y Legado de la Traición de Dorn (No Oficial).

Fuentes[]

Extraído y traducido de The Dornian Heresy - The Legio Imprint, creado por el foro Bolter and Chainsword.

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