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El contenido de este artículo pertenece a la saga No Oficial de la Herejía de Dorn, que ha recibido el Sello de Calidad Wikihammer.

¡Disfrútala!

Magnus fue el primero de los Primarcas en reconocer la existencia y la amenaza que los Poderes Ruinosos representaban para la Humanidad, y por esto los Mil Hijos fueron la primera Legión marcada por las fuerzas del Caos para su destrucción. Aunque lo pagaron muy caro, aquellos que sobrevivieron a la matanza de los Lobos Espaciales fueron esenciales a la hora de poner fin a la Herejía de Dorn. Al ser los psíquicos de combate más poderosos del Imperio, son temidos y pocos confían en ellos, incluso la gente a la que altruistamente defienden contra la creciente oscuridad.












Historia[]

Orígenes[]

La cosa desgarró al viejo Maestro Colpek sin frenar su paso, y avanzó hacia Magnus. Habían invocado a una criatura de pesadilla... ¡Sus pesadillas! Reconoció aquel gruñido áspero y la forma en que sus garras se movían como llamas líquidas; aparecía en sus primeros recuerdos. Había penetrado a golpes en la cápsula que lo había llevado a Prospero y le había quitado el ojo. Ahora había vuelto a por más.

Algo le había ocurrido a él. Al principio Magnus creyó que su cráneo se estaba partiendo, pero ahora el dolor se había ido, y su mente se había abierto a algo mucho más allá del plano material. Su consciencia volvió de golpe a la torre hermética y se encontró a solas con la entidad... el Demonio. Antes de que pudiera reaccionar, la cosa le había sujetado contra el suelo y le estaba pellizcando la cuenca de su ojo bueno con una garra. Le susurró, gozosamente, que había venido a evitar que se convirtiera en una poderosa herramienta del rival de su amo. Los nombres que mencionó, “Khorne” y “Tzeentch”, atravesaron su alma como astillas de hielo.

A pesar de sus desesperados esfuerzos, la criatura le siguió susurrando que primero le arrancaría su ojo para completar el par, y después el corazón para aplacar a su amo. Entonces, justo cuando la garra rompía la piel debajo del ojo, descendió una calma total. Todo se hizo evidente para él. Con una sonrisa, Magnus expandió su mente y desvaneció la misma esencia del Demonio. La subsiguiente explosión se oyó por toda Tizca. Intacto tras la deflagración, Magnus consideró las palabras del Demonio. No sería una marioneta de ese Tzeentch, y nadie le quitaría su ojo.

En el corazón de la Disformidad, una preciada alma que había estado destinada desde hacía mucho a caer en manos de Tzeentch estalló como una supernova. Incineró a las innumerables entidades demoníacas que la habían estado guiando por el camino, y flotó libre una vez más. Tzeentch, el Tejedor de Destinos, rugió de incredulidad cuando el curso del futuro se sacudió hacia una nueva e inesperada dirección.

Magnus y su Legión habrían sido fundamentales en la corrupción del Imperio, pero como Dios del Cambio, parte de él disfrutó con este inesperado giro de los acontecimientos. Buscando en la miríada de hilos interconectados del futuro, Tzeentch siguió uno que atrapó su mirada de buitre. Contenía una potente mezcla de pérdida, dolor, degradación y renacimiento, y comenzaba en los sueños de la mente del Primarca de la Guardia del Cuervo...

Durante la gran diáspora, cuando la Humanidad colonizó la galaxia, el mundo de Prospero fue elegido por los mutantes y los psíquicos precisamente por su remota localización y su carencia de recursos minerales. En su espléndido aislamiento, estos exiliados del resto de la Humanidad crearon Tizca, una brillante ciudad de luz, aprendizaje y cultura, en mitad de los baldíos desiertos. Aunque habían estado incomunicados con el exterior desde hacía miles de años, aún abundaban las historias sobre las muchedumbres aullantes que habían perseguido a sus antepasados, y vivían temiendo en silencio que alguien invadiese su hogar. Por tanto, no resulta sorprendente que cuando la cámara de incubación del joven Magnus cayó de los cielos en mitad de la plaza central de Tizca, rodeada por brillantes torres de plata, la población quedase atenazada por el terror. Superando finalmente sus temores, descubrieron que no se trataba de un bombardeo orbital ni de la vanguardia de un ejército invasor, sino de un montón de chatarra machacada, quemada y dañada que contenía a un niño malherido.

Aunque estaba a punto de morir cuando lo encontraron, el chico demostró una tenaz voluntad y una remarcable constitución física. Bajo los cuidados de los sanadores de la comuna, recuperó rápidamente una robusta salud, pero nada pudo hacerse por salvar el ojo derecho del chico. Un feo bulto de tejido cicatricial cubría la cuenca ocular, pero en una sociedad donde la mutación y la deformidad eran abundantes y aceptadas, no suscitó demasiados comentarios. Fue llamado Magnus, y comúnmente se le apodó, con cariño, Magnus el Rojo, por su piel cobriza y por el color de su desordenada melena que se negó tenazmente a cortar jamás. Magnus creció rápidamente hasta una vibrante madurez, y se entregó de todo corazón al aprendizaje.

Casi siempre se le podía encontrar leyendo los antiguos tomos de las extensas bibliotecas de la ciudad, o debatiendo animadamente con ancianos estudiosos que le doblaban varias veces en edad. El conocimiento era su pasión, y con la fiera certeza de la juventud creía que no había tema que no pudiese dominar. Fue el estudio de las herméticas artes de la alquimia y la hechicería lo que cambió para siempre su vida. Esto le abrió al verdadero poder de la Disformidad, acto que destruyó por completo el edificio en el que había estado estudiando. Al florecer sus poderes psíquicos, descubrió tanto a los Dioses del Caos, como a su padre, el Emperador de toda la Humanidad.

Aunque estaban separados por media galaxia, el Emperador y Magnus se reconocieron el uno al otro de inmediato. Con su insaciable sed de conocimientos, Magnus aprendió ansioso todos los aspectos del joven Imperio, de la Gran Cruzada, y de la búsqueda de sus hermanos Primarcas. Mediante su percepción expandida, y la tutela de su padre, Magnus se convirtió en el primero de los Primarcas en enterarse de la terrible amenaza que representaban los Poderes Ruinosos. Cuando el Emperador le enseñó estas cosas, hizo jurar a Magnus que guardaría el secreto, explicando que el peligro era tan grave que incluso conocer su existencia podía ser suficiente para tentar a algunos a adorarlos. Magnus había sentido en sus propias carnes la palpable conexión entre la hechicería y el Caos, pero argumentó que los Poderes Ruinosos podían usar fácilmente esa ignorancia para corromper a los incautos. A pesar de eso, fue incapaz de persuadir a su padre. El Emperador habló de un gran plan que haría que un día la Humanidad fuese lo bastante fuerte como para resistirse a los engaños del Caos, pero hasta entonces, prohibió solemnemente a Magnus que contase nada de esto a nadie fuera de su propia Legión, incluidos sus hermanos Primarcas.

Para cuando el Emperador y la Decimoquinta Legión Astartes llegaron a Prospero, padre e hijo se conocían el uno al otro como si nunca se hubiesen separado. A pesar de todas las afirmaciones de Magnus, la llegada del Señor de la Humanidad y Su flota de naves de guerra fue recibida con suspicacia por el pueblo de Prospero, pero la legendaria carisma del Emperador pronto los convenció. Para calmar aún más sus miedos, Magnus hizo que su Legión construyese su Fortaleza-Monasterio en el corazón de Tizca para que ya no tuvieran que mirar con temor a los cielos.

La propia Legión tenía razones personales para alegrarse de encontrar a su Primarca. Aunque no habían reclutado específicamente a aspirantes con poderes psíquicos, su semilla genética había reforzado sus habilidades innatas y activado las latentes. Como efecto secundario, también provocó una altísima tasa de mutación genética y en los implantes, hasta el punto de que la Legión era mucho más pequeña que las demás. Como hogar de los mutantes y los psíquicos, Prospero era el lugar perfecto para una Legión así. Para cuando Magnus estuvo listo para unirse a la Gran Cruzada, sus originalmente "Mil Hijos" habían aumentado moderadamente sus filas por encima de su número nominal gracias al reclutamiento de lo mejor de los jóvenes talentosos de Prospero. Cuando partieron para continuar la gran obra del Emperador, lo que les faltaba en números convencionales, lo compensaban más que de sobra con psíquicos de batalla altamente entrenados y capaces de matar a un enemigo con un simple pensamiento.

La Gran Cruzada[]

Cuando Magnus y su nueva Legión se aventuraron por las estrellas, tuvieron una oportunidad para adquirir lo que más ansiaban: conocimientos. Cada mundo sometido a la voluntad del Emperador les revelaba las enseñanzas y la sabiduría de una nueva cultura. Al igual que las incontables sociedades humanas, la miríada de razas xenos también fue una fuente constante de maravillas. Desde los sutiles Eldars a los brutales Orkos, cada nueva muestra era descrita, diseccionada y catalogada. Esta expansión también trajo consigo nuevos peligros. Incluso advertidos contra los Poderes Ruinosos, los Mil Hijos sufrieron pérdidas. Cada Hermano de Batalla que caía endurecía sus corazones contra la maldad del Caos, y hacía a Magnus pensar en las bajas sufridas por las demás Legiones que no sabían ni de la existencia ni de la forma de defenderse de la amenaza a la que se enfrentaban.

Sus viajes por la galaxia les llevaron a encontrarse con muchos de los hermanos Primarcas de Magnus. Algunos, en particular Horus de los Lobos Lunares y Lorgar de los Portadores de la Palabra, se convirtieron en firmes amigos suyos. Otros, como Mortarion de la Guardia de la Muerte y Leman Russ, el salvaje Primarca de los Lobos Espaciales, miraron con desagrado a Magnus y a todo lo que defendía desde el primer momento. El grosero Russ le llamó mutante, hechicero, impuro e incluso cíclope, en referencia al gigante de un ojo de la leyenda terrana. En cada nuevo encuentro, fuese cordial u hostil, Magnus respetó la exigencia del Emperador y guardó silencio sobre la naturaleza del Caos, a pesar de la aplastante certeza de que la ignorancia dejaba a sus hermanos vulnerables ante las depredaciones de los Poderes Ruinosos.

Magnus soportó las duras palabras de sus hermanos con gracia, seguro de que una vez en el campo de batalla toda enemistad sería dejada a un lado. Esto fue puesto dolorosamente a prueba en el mundo fortaleza de Bartok, donde la campaña de sumisión de los Lobos Espaciales había degenerado en un sangriento punto muerto. A fin de poner fin rápidamente al conflicto, el Emperador había ordenado a los Mil Hijos que reforzasen el ataque. El testarudo Leman Russ detestaba la idea de que pareciera que necesitaba la ayuda de otra Legión, especialmente la de una contra la que tanto se había pronunciado, pero se sometió de mala gana al decreto de su padre.

Incluso con el poder de dos Legiones, pronto se hizo evidente por qué Russ había tenido problemas. La última y mayor ciudad estaba protegida por campos de energía y rodeada por trincheras, baluartes y redes de búnkeres que daban lugar a campos de disparo entrelazados y brutalmente efectivos. Las entradas habían sido convertidas en mataderos dignos de los diseños de Perturabo o de Dorn. Mientras Russ se preparaba para lanzar a sus fuerzas en otra carga directa contra los cañones enemigos, Magnus y su Legión expusieron el punto débil de la defensa de Bartok. Por todo el campo de batalla, los Mil Hijos penetraron en las mentes más débiles e indefensas y les hicieron apuntar sus armas contra sus aliados. Mientras los Lobos de Russ avanzaban, los emplazamientos de armas pesadas dejaban de dispararles para pasar a atacarse unos a otros. La desesperada carga contra toda esperanza se convirtió en una famosa victoria, y una vez dentro de las líneas de defensa, la ciudad cayó rápidamente.

Perversamente, los Lobos Espaciales no se tomaron bien esta intervención, lanzando de nuevo acusaciones de hechicería y malvadas intenciones. Aunque Magnus conocía bien la diferencia entre los magicks manchados por la Disformidad y los puros poderes psíquicos desplegados por su Legión, no pudo razonar con Russ. Solo una rápida partida de la zona de guerra evitó un derramamiento de sangre fratricida. Magnus esperaba que no volviendo a luchar junto a los Lobos Espaciales la furia de su hermano se enfriaría, pero para entonces el daño ya estaba hecho.

La Tormenta se aproxima[]

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Sargento de los Mil Hijos (antes de Nikaea).

Justo antes de que el Emperador pusiese rumbo de vuelta a Terra, dejando a Horus con el mando supremo sobre la Gran Cruzada, llamó a Sus hijos a reunirse en el planeta Nikaea. Allí buscó acabar con las cada vez más agrias disputas que habían estallado sobre la naturaleza de los poderes psíquicos. Mortarion, Dorn, Corax y por supuesto Leman Russ dirigieron la carga, afirmando que no había diferencia entre las habilidades psíquicas y el uso de hechizos destructivos y corruptos. Todo era una cuestión de grados, y lo uno llevaba a lo otro inevitablemente. La decisión del Emperador de guardarse el conocimiento sobre la naturaleza del Caos no había evitado que los Primarcas sintieran sus peligros, y como Magnus había temido, algunos acusaron a los psíquicos, los eternos chivos expiatorios.

Atrapado por el decreto del Emperador, Magnus se dio cuenta de que ninguna palabra suya podría calmar a la creciente muchedumbre. Rogó desesperadamente una audiencia privada con su padre, y en un movimiento tanto práctico como simbólico propuso que, empezando por él mismo, cada miembro de los Mil Hijos uniese su esencia con la del Emperador. Del mismo modo que la Comunión de Almas fortalecía a los Astrópatas contra los horrores de la Disformidad, el rito purgaría y protegería a la Legión de las tentaciones de la hechicería, y sería un signo palpable de su lealtad. El Emperador aceptó esta elegante solución, y el acto se llevó a cabo aquella misma noche.

Cuando los Primarcas y sus asistentes acudieron a la sala del concilio a la mañana siguiente, vieron a Magnus de pie orgulloso junto a su padre, con su única cuenca ocular vacía. El proceso de la Comunión de Almas, de la fusión de esencias mediante el poder psíquico del Emperador, había quemado su nervio óptico y dejado al "cíclope" ciego, pero Magnus contaba ahora con una segunda visión mejor que la normal. Aunque tranquilizó a la mayoría, el veredicto no logró calmar a Leman Russ, que salió furioso de la cámara, y acabó entregándose al servicio del Dios de la Sangre.

Antes de que las Legiones partiesen de Nikaea, Magnus se reunió con su hermano Lorgar de los Portadores de la Palabra. El Aureliano era un alma pura, genuinamente feliz del gran honor que había recibido Magnus. Magnus había guardado silencio mucho tiempo acerca de los Poderes Ruinosos, pero esto le había costado su ojo, y temía que antes de no mucho tiempo les costaría a todos mucho más. Por primera vez, rompió el juramento hecho a su padre y advirtió a Lorgar de la amenaza del Caos. La terrible noticia fue recibida con alegría, pues reafirmaba todo lo que los Portadores de la Palabra sostenían. Su piedad y su dedicación a la hora de extender la adoración al Emperador como un ser divino quedaban reivindicadas como vitales para la continuidad de la raza humana.

Los Mil Hijos regresaron de Terra cambiados irrevocablemente. Aunque la Comunión de Almas se había cobrado su vista, recibieron una consciencia psíquica de su entorno que era muy superior. También les había dado cierta fuerza interior, como un reflejo del aura del Emperador, que antes no sabían siquiera que tenían. El signo externo más obvio de su cambio estaba en sus cascos, que fueron reforjados en la vuelta a Prospero y convertidos en espeluznantes máscaras sin ojos. Aún conservaban la capacidad de obtener información detallada de sus alrededores gracias a los sentidos automáticos de sus trajes, algo muy importante en presencia de nulidades psíquicas como las Hermanas del Silencio.

Además de eliminar la necesidad de los efectos de mejora de la visión del ocuglobo, la Comunión de Almas también tuvo el agradable efecto de reducir la tasa y la severidad de las mutaciones en sus cuerpos y su semilla genética. Consigo trajeron además a un miembro de la Legio Custodes. Aunque oficialmente venía como representante personal del Emperador para vigilar el progreso de la Comunión de Almas, Magnus sospechaba que su padre se había enterado de su confesión a Lorgar, y que el guardia era un recordatorio de que estaba siendo vigilado de cerca.

Justo cuando la recién transformada Legión se preparaba para regresar a la Gran Cruzada, Magnus recibió información de la mayor importancia: el Archienemigo había atacado a Horus. Mientras visitaba al Señor de la Guerra, un Capellán de los Portadores de la Palabra llamado Erebus había reconocido la enfermedad contraída por Horus en Davin como nada menos que una posesión por una poderosa entidad demoníaca. Solo mediante un épico acto de heroísmo que requirió tanto la salvación espiritual de Erebus, como el poder psíquico combinado de toda la Legión de los Mil Hijos, pudo expulsarse a la criatura disforme y salvar la vida de Horus. En una terrible ironía, antes de que pudieran recuperarse siquiera del desgaste de salvar a un Primarca del Caos, otro desembarcó en Prospero con la intención de destruir el planeta.

La Herejía de Dorn[]

Constantin Valdor siempre había considerado esta asignación una tontería y un completo desperdicio de su talento. Era un miembro de la Legio Custodes, uno de los guardianes de élite del Emperador. ¿Cómo podía proteger al Emperador desde media galaxia de distancia? Pero mientras seguía el atronador sonido del combate hacia los aposentos privados del Primarca de los Mil Hijos, el propósito de su amo al enviarle allí se hizo evidente. Magnus, a quien apenas un rato antes había estado dispuesto a denunciar como practicante de hechicería, estaba tirado en el machacado suelo de mármol, y sobre él, aullando de triunfo, se alzaba Leman Russ. Cualquier falta que los Mil Hijos pudieran haber cometido no era nada comparado con la maldad que emanaba del Primarca de los Lobos Espaciales. Cuando la inhumana criatura que tenía ante sí alzó su arma en alto para administrar el golpe de gracia, Valdor supo cómo debía servir a su Emperador. Sabiendo que ni siquiera él podía esperar resistir contra semejante oponente, Valdor activó su lanza guardiana, y saltó contra Leman Russ.

Sin previo aviso, Cápsulas de Desembarco y naves de ataque encendieron el cielo como cometas, y los peores miedos del pueblo de Prospero se hicieron realidad. Distraídos por los eventos de Davin y, se sospecha, con sus habilidades precognitivas minimizadas por el poder de Khorne, los Mil Hijos no pudieron evitar que la flota de los Lobos Espaciales devastase las defensas orbitales del planeta. Antes de que ninguna resistencia efectiva pudiera ser reunida, las ciudades más recientes fueron convertidas en piras funerarias, matando a todos los que habían acudido allí desde todo el Imperio en busca de protección. Aunque estaba protegida de los bombardeos orbitales por poderosos campos de energía, se vieron figuras grises reunirse en masa en las afueras de Tizca para realizar una gran ofensiva terrestre. Magnus recurrió a lo impensable: permitió a su Legión usar fuerza letal contra otros Astartes.

Antes, los Mil Hijos siempre habían contenido sus verdaderos poderes por miedo a provocar el distanciamiento de sus aliados, pero ante el peligro de extinguirse abandonaron toda precaución. Atrajeron a sus enemigos a emboscadas en las afueras de Tizca, desorientándolos primero con sus poderes psíquicos, y después destrozándolos en letales fuegos cruzados. Justo cuando la batalla parecía inclinarse del todo a favor de los Mil Hijos, el poder de Khorne atravesó el Empíreo como un maremoto, afectando a todos los psíquicos del planeta. Los Mil Hijos, a pesar de estar protegidos por la Comunión de Almas, se quedaron en shock y sin poderes. La población civil resultó aún más afectada: los que sobrevivieron cargaron enloquecidos desde sus refugios, solo para ser destrozados por las bestiales e inhumanas criaturas en que se habían convertido los Lobos Espaciales.

Con su mundo hecho cenizas y su pueblo asesinado, Magnus se esforzó por acceder a sus poderes psíquicos, pero sin resultado. Ante tal asalto físico y mental, era todo lo que los Mil Hijos podían hacer para seguir con vida. Cuando Leman Russ llegó inevitablemente en busca de Magnus, estaba irreconocible: era una bestia ebria de sangre llena del poder de Khorne. Solo mediante el heroico sacrificio del Custodio fue capaz Magnus de escapar con vida. Cuando la disrupción en el plano disforme empezó a diluirse, Magnus pudo ocultar a sus restantes hijos, y abandonaron la necrópolis en que se había convertido Tizca.

Al oír de la traición de Dorn en Istvaan, vieron que el ataque a Prospero era solo la salva inicial de una guerra mucho mayor. Incluso con sus números tan reducidos, los Mil Hijos estaban resueltos a hacer lo que debieran para salvar al Emperador. Siguiendo a la mucho mayor flota de Russ a una distancia discreta, usaron su dominio de la Disformidad para retrasar al enemigo y desviarlo de su rumbo. Su esperanza era ganar tiempo para que las Legiones Leales terminasen con la rebelión antes de que los Lobos se les uniesen. Su truco de hacer contactar a los Lobos Espaciales con sus amargos rivales, los Ángeles Oscuros, tristemente no consiguió provocar el derramamiento de sangre esperado. Se saludaron como aliados del Caos, aunque al menos ahora eran dos las Legiones Traidoras que mantenían apartadas del cuello del Emperador.

Su contribución no les salió barata, no obstante. El esfuerzo constante empezó a cobrarse su precio, y hacia el final, cada día que pasaba dejaba a otro hermano convertido en un cadáver reseco dentro de su servoarmadura. Con los Lobos Espaciales y los Ángeles Oscuros a apenas días de llegar a Terra, el Emperador se vio obligado a romper el punto muerto y enfrentarse directamente a Dorn. Magnus sintió la batalla psíquica que tuvo lugar a bordo de la Falange, pero no pudo intervenir. Aunque la Herejía de Dorn terminó aquel día, dejó al Emperador gravemente herido, y Magnus sintió toda su agonía a través de los años-luz.

Las sangrientas secuelas[]

Magnus había seguido a la pequeña banda de forajidos a través de los páramos durante más de quince días, pero tras buscar durante años a este hombre, no le importaba esperar un poco más. Se habían quitado de encima a las escuadras de Arbitradores en los páramos hacía tres días. Magnus había estado tentado de echarles sutilmente una mano, pero si su objetivo hubiese necesitado ayuda para escapar de las fuerzas locales de la ley, no habría merecido la pena salvarle. Siempre parecían causar problemas. Veían fechorías y, llenos de la justa certeza de sus convicciones, parecían verse arrastrados a ponerles remedio, ya fuesen obra de un oficial corrupto o de una guarida de poseídos. A pesar de las sucias ropas y la barba de varios días del hombre, tenía el mismo porte patricio que recordaba de hacía tanto tiempo. Dada la forma en que su pureza interior brillaba desde debajo del a menudo mugriento exterior, no era de extrañar que algunos los hubiesen llamado "Caballeros Grises". También explicaba la devoción que inspiraban en sus seguidores. Tenía sentido, supuso Magnus. Su padre debía haber sido igual antes incluso de subir al poder.

Por delante, salvajes magicks relampagueaban por el cielo desde el objetivo de la banda. Quizá fuese ostentoso, pero prefería entrar en contacto con ellos justo cuando estuvieran luchando por sus vidas contra las fuerzas demoníacas. Entonces, con el lazo de la camaradería establecido, Magnus revelaría al hombre su verdadero linaje, la razón de sus inhumanos poderes, y de por qué no había envejecido nunca. El hombre era uno de los inmortales hijos del Emperador, concebidos en los tiempos en que Él había caminado oculto entre la Humanidad. Ellos eran, en cierto sentido, hermanos de Magnus.

También le explicaría que dentro de ellos se encontraba la única esperanza de salvación para su padre. A través de los largos milenios, Magnus había dedicado su existencia a contactar con cada uno de estos especialísimos individuos. Cuando hubiera encontrado suficientes, podrían ser reunidos para sanar el alma del Emperador traerle de vuelta del borde de la muerte. Eran la esperanza de toda la Humanidad. Era una misión tan audaz y secreta que no podía ser confiada ni a sus hermanos Primarcas, ni siquiera a los miembros de su propia Legión.

Lo que Magnus no sería capaz de decir a estos Caballeros Grises era la extensión del sacrificio que sería necesario. Solo liberando sus espíritus de sus formas físicas e infundiéndolos en el Astronomicón podía salvarse al Emperador. Magnus solo esperaba que su padre pudiese perdonarle semejante acto.
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Hermano de Batalla de los Mil Hijos.

Mientras las Legiones Traidoras se dispersaban por las estrellas, los Mil Hijos llegaron para hacer lo que pudieran. Junto con los Guerreros de Hierro, Magnus colocó el cuerpo paralizado del Emperador dentro del mecanismo de soporte vital incorporado al Astronomicón. Mientras tanto, el resto de la Legión aplicó sus talentos a la tarea de purificar el planeta de la mancha de lo demoníaco. En Terra se habían llevado a cabo muchas profanaciones e invocaciones, y llevó décadas sellar todos los portales que habían sido creados. El peor lugar de todos era el interior de la antigua sala del trono imperial. Cuando Dorn se había encontrado con que el Emperador había escapado de él, había profanado el naciente portal a la Telaraña que había estado construyéndose. Un ejército de Demonios había surgido de él, e incluso después de la Herejía supuso un tremendo esfuerzo sellarlo.

Magnus se entregó de todo corazón a la búsqueda de una forma de restaurar la vitalidad de su padre. Se convirtió en una obsesión, hasta el punto de que el mando efectivo sobre su Legión recayó en el Capitán Ahriman de la Primera Gran Compañía. Un día Magnus surgió del Astronomicón muy ilusionado y, rechazando todas las ofertas de compañía, abandonó Terra, diciendo solo que la solución era "reunir a los hijos del Emperador". Qué quería decir con eso nunca lo ha explicado, ni siquiera a su propia Legión o a los Altos Señores de Terra. En este punto la mayoría de los Primarcas o estaban muertos o aliados al Caos, y a medida que pasaban los milenios, cada vez menos quedaron con vida.

Los Mil Hijos nunca se han acostumbrado a la preocupante naturaleza de las frecuentes desapariciones e imprevistos regresos de su Primarca. Al principio sus viajes duraban meses o años, y encontró tiempo para dirigirlos en la purga contra los Lobos Espaciales en su mundo natal de Fenris. Con el paso del tiempo, Magnus empezó a desaparecer durante décadas, mientras su paradero quedaba oscurecido hasta para los videntes más decididos.

En ausencia de Magnus, el Regente Ahriman realizó muchos esfuerzos para reconstruir a los Mil Hijos. Su fría y altanera actitud hacia las vidas de sus aliados, especialmente los del Ejército Imperial, hizo que aunque sus números creciesen, la estima que se les tenía decayera. Se dice que esto le ganó una furiosa reprimenda de Magnus a su regreso, tras la cual Ahriman tuvo cuidado de mostrar más respeto hacia los no psíquicos, o al menos de moderar sus comentarios públicos.

Al final de sus días, el Regente Ahriman tuvo finalmente la oportunidad de redimirse. Cuando los sellos hexagramáticos usados para cerrar el portal a la Telaraña en el viejo Palacio Imperial empezaron a desgastarse y amenazaron con dejarlo abrirse de par en par otra vez, Ahriman se puso al frente de la investigación para hallar la forma de cerrar permanentemente la fisura. Sus adivinaciones mostraron que esto solo podía hacerse desde dentro, algo que, como experto preeminente, insistió en hacer personalmente. A pesar de todo esto, aún hay algunos que afirman que era un truco: que sobrevivió al proceso, y se convirtió en el primer humano en caminar por las sendas de la Telaraña y buscar los secretos de la Biblioteca Negra de los Eldars. Aunque una astucia así era desde luego parte del carácter de Ahriman, si ese fuera el caso jamás ha regresado al Imperio para contar lo que encontró allí.

Organización[]

Suprimiendo la creciente sensación de aprensión, el Hermano Capitán Iaos extendió su sonda mental hacia la grieta en el espaciotiempo. Ya era bastante malo que más de trescientos de sus hermanos hubieran muerto en la explosión, pero que el Señor Lobo Skyrar y su partida de carniceros pudieran haber sobrevivido para emerger al otro lado era inconcebible. Los escaneos preliminares habían confirmado el informe inicial de que la fisura era sin duda un tipo de agujero de gusano, y que el cuerpo celestial local era la estrella del sistema Fenris. Una simple triangulación con el Astronomicón demostró esto, pero algo le seguía preocupando. La estrella estaba siendo orbitada por un planeta terriblemente familiar: ¡Fenris! ¡Debería estar muerto y desaparecido hacía mucho, pero ahí estaba! Dominando el creciente pánico, Iaos conectó tentativamente con la red astropática del otro lado del umbral, y a pesar de encontrar que los protocolos eran muy distintos, buscó referencias a Skyrar. Lo que descubrió lo repugnó. No era la breve mención a Skyrar, sino en qué se habían convertido sus amados Mil Hijos en esa retorcida realidad... Retiró su mente de más allá del umbral y destruyó con amargura la grieta con una salva de torpedos de plasma. Parecía que Skyrar no había escapado de la justicia. Quedar atrapado en ese horrible lugar sería su sentencia perpetua.

Aunque aún se supone que está dirigida por su Primarca, las largas desapariciones de Magnus hacen que en la práctica la Legión sea dirigida por el Capitán de la Primera Gran Compañía como Regente. Ya es bastante raro encontrar un candidato digno de convertirse en Astartes en una Legión normal, pero cuando además debe ser un psíquico fuerte y resistente, la tarea se vuelve aún más difícil. Por esta razón, nunca han sido una Legión grande, aunque hace mucho que superaron la cantidad descrita en su nombre. Sus Grandes Compañías son pequeñas, y solo el límite autoimpuesto de Fulgrim de treinta Grandes Compañías ha permitido que los Mil Hijos no sean la más pequeña de las Legiones Leales.

Aunque desarrollan intencionadamente apariencias distantes y misteriosas, los Mil Hijos están obligados por sus escasos números a trabajar frecuentemente junto a organizaciones más numerosas, como el Ejército Imperial. Desde los dañinos días del Regente Ahriman, Magnus se ha esforzado mucho para asegurar que los Mil Hijos sean vistos por sus aliados como una ventaja inestimable en cualquier combate. Tan importante es esto, que los Mil Hijos de cualquier rango pueden ser reprendidos e incluso degradados por dar a sus aliados la impresión de que están siendo tratados como carne de cañón prescindible.

En una Legión de psíquicos de combate, los Capitanes de las Grandes Compañías están entre los más potentes y habilidosos, con poderes que superan de lejos a los de los Bibliotecarios Jefe de cualquier otra Legión. Dirigiendo más de cien escuadras, cada Capitán recibe una misión específica del Regente. Esto varía desde guardar la Sagrada Terra y combatir las incursiones demoníacas, a proseguir la Larga Guerra contra las Legiones Traidoras, en particular contra los berserkers de los Lobos Espaciales. Dándose cuenta de que la fuerza psíquica no es nada sin la fortaleza de la fe en el Emperador, los Mil Hijos fueron la primera Legión en adoptar el concepto de Capellán de Lorgar. Estos individuos juegan un papel vital en la guía de la moral y el crecimiento espiritual de la Legión. Los iniciados que, como Lorgar dijo, muestran una "comunión con lo divino" particularmente intensa, son apartados para un entrenamiento adicional en el Reclusiam.

Igual que los Capellanes guardan las almas de sus hermanos, el Apothecarion y el Arsenal de cada Gran Compañía protegen sus cuerpos y su equipo. A pesar de esto, se ha dicho que comparativamente se ha dedicado poco interés a estos papeles, viéndose los puestos como el de tripulante de vehículos como el destino de aquellos que no cumplieron sus prometedoras expectativas de convertirse en psíquicos de batalla. Sin embargo, este no es siempre el caso, pues entre sus filas hay hermanos capaces de manifestar talentos psíquicos inestimables para sus tareas, pudiendo internarse en la materia para reparar la carne, apaciguar a un iracundo Espíritu Máquina o reforjar un mecanismo estropeado, y son vitales para la continuidad de la existencia de la Legión.

Doctrina de combate[]

Magnus estaba sentado abstraídamente, sin apenas escuchar a los Altos Señores reunidos mientras discutían sobre las defensas que estaban siendo erigidas contra los tentáculos de la Flota Enjambre Leviathan. Billones de hombres y Flotas de Batalla enteras estaban siendo movilizadas para luchar y posiblemente morir, y aun así parecía tener poca importancia frente a lo que él había descubierto ese mismo día.

Fue despertado por el representante de la Eclesiarquía; incluso después de todo este tiempo aún le extrañaba ver a otra persona en el lugar de su amigo Lorgar. Magnus se dio cuenta de que se le había preguntado si, durante su comunión telepática con el Emperador, el Señor de la Humanidad se había dignado a bendecir su rumbo de acción contra los xenos. Su respuesta fue que al Dios-Emperador le agradaban sin duda alguna sus planes, y que aquellos que cayeran serían recibidos cálidamente en el Más Allá por las huestes celestiales como mártires imperiales. Era inspiradora y moralizante, y Magnus deseaba que hubiera sido algo más que una mentira piadosa.

En realidad hacía siglos que el Emperador no había podido comunicarse. Con cada visita, el espíritu de su padre se había vuelto más y más débil, y los fracturados y aullantes elementos de Su psique habían perdido hacía mucho toda coherencia. Pero hasta eso había sido mejor que el lamentable silencio que había sentido hoy. Magnus se culpaba de ser demasiado lento en la Reunión. Si solo hubiera trabajado más duro, o incluso si hubiera recurrido a sus hermanos, podría haberlos encontrado más rápido. Pero lo que estaba hecho, hecho estaba. Allí, mientras los Altos Señores de Terra ordenaban la muerte de mundos enteros, Magnus tomó silenciosamente una decisión mucho más importante.

Los Caballeros Grises debían ser reunidos antes de que no quedara nada de su padre que salvar.

Como siempre ha sido la intención de Magnus, los Mil Hijos emplean sus talentos psíquicos al máximo en el campo de batalla. Además de blandir poderes que los convierten en oponentes formidables, los oficiales al mando de la Legión usan sus prodigiosos talentos para guiar y coordinar los movimientos de sus escuadras y las de sus aliados. Como nunca han sido una Legión numerosa, dependen sobre todo del Ejército Imperial, así como de la guía del Tarot del Emperador, para atacar en el momento y el lugar más propicios. Aunque esto a veces parece intransigente para sus aliados, una vez dedicados a ello pueden dar la vuelta a una batalla.

Las escuadras individuales son dirigidas por Sargentos que son psíquicos de batalla poderosos por derecho propio. Es responsabilidad suya coordinar y concentrar las habilidades menos maduras de los que están a su cargo. A pesar del intensivo entrenamiento que reciben para esto, es raro que uno de ellos pueda dirigir a más de cinco o seis de sus hermanos. De esta forma, cada escuadra puede emplear poderes psíquicos para complementar su misión en la batalla. Tal es su unidad que cada uno de ellos siente el dolor del resto. Una herida sufrida por uno, por no hablar de su muerte, es sentida a través de la conexión mental por todos, y la pérdida del Sargento puede dejar a la escuadra aturdida y sin concentración.

Las Escuadras Tácticas y de Devastadores pueden guiar telequinéticamente sus disparos para golpear puntos débiles en la armadura del enemigo, o para atacar a aquellos que se creen a salvo tras la cobertura. Las unidades especializadas en el combate cuerpo a cuerpo emplean sus habilidades para ocultarse de la vista del enemigo y acercársele sin ser detectado. Los veteranos más habilidosos pueden incluso leer lo que hará un oponente mientras este aún lo está pensando, una ventaja inestimable en la brutal lucha del campo de batalla. Para cuando un hermano se ha ganado el derecho a vestir una armadura de Exterminador sus habilidades están casi maduras por completo. En esta fase pueden canalizar su poder psíquico a través de la matriz cristalina de un arma de energía, y el largo y arduo entrenamiento para dirigir su propia escuadra puede empezar.

Mundo natal y reclutamiento[]

Prospero, el mundo natal de los Mil Hijos, fue colonizado originalmente por exiliados de la sociedad humana, en particular por aquellos dotados con poderes psíquicos que deseaban escapar de las enfurecidas muchedumbres. Para cuando Magnus el Rojo llegó al planeta, habían levantado un puerto de iluminación, un lugar donde se aprendía por el simple gozo de hacerlo. Los dones psíquicos mostrados por la población encajaban a la perfección con la nueva Legión de Magnus, y bajo la égida del Primarca, los psíquicos acudieron a Prospero desde todo el Segmentum. Se construyeron nuevas ciudades a imagen y semejanza de la capital, Tizca, y este influjo de nuevos inmigrantes duros y con recursos mejoró aún más la calidad de los reclutas disponibles para la Legión. Este idilio duró poco, sin embargo, pues ni siquiera los oráculos de Tizca pudieron prever la destrucción global que los corrompidos Lobos Espaciales desencadenarían sobre el planeta. A pesar de los mejores esfuerzos de los Mil Hijos, las ciudades fueron reducidas a escombros, sus bibliotecas quemadas y su población exterminada brutalmente.

Tras la Herejía, con Prospero convertido en poco más que un gran osario, los Mil Hijos no sintieron que tuvieran ningún motivo para regresar allí. El lugar contenía demasiados recuerdos y fantasmas de amigos muertos. Con Magnus trabajando para modificar el Astronomicón a fin de sostener a la esencia del Emperador, y los Mil Hijos empleando sus inestimables poderes psíquicos para eliminar la mancha de lo demoníaco en el mismo corazón del Imperio, empezaron a ver a la Sagrada Terra como su nuevo hogar. Discretamente, y con el consentimiento de amigos entre los Altos Señores de Terra como Lorgar y Abaddon, la Legión fortificó y amplió el complejo empleado para llevar a cabo el ritual de la Comunión de Almas hasta convertirlo en su nueva Fortaleza-Monasterio. Desde este imponente edificio plateado y blanco, los Mil Hijos seleccionan reclutas de entre los psíquicos traídos por las Naves Negras. Son probados de mil maneras, siendo la última de todas el ritual de la Comunión de Almas. Aquellos que sobreviven son declarados listos para ser entrenados, y para recibir el proceso de implantación.

Semilla genética[]

En los primeros días de la historia de la Legión hubo graves problemas con las mutaciones espontáneas, tanto en el cuerpo como entre los implantes genéticos. Con la llegada de la Comunión de Almas, los casos se redujeron drásticamente. Se ha dicho que esta comunión con el Emperador alivia la innata mutabilidad de la semilla genética de Magnus, aunque en su tiempo las críticas afirmaron que tenía más que ver con que se obligaba a la Legión a abandonar la corrupta influencia de la hechicería. A pesar de esto, los Mil Hijos aún sufren más mutaciones espontáneas que cualquier otra Legión Leal. Aunque el uso de extremidades biónicas como reemplazo de las perdidas en combate es algo común entre los Astartes del Emperador, para los Mil Hijos la causa es más probable que sea el efecto de una progresiva mutación.

Esta inestabilidad también se extiende a la semilla genética de Magnus. Aunque continúa reforzando el talento psíquico del receptor, su inherente mutabilidad provoca un claro declive en la eficiencia de los implantes en cuestión de unas cuantas generaciones. Aunque esto se ha remediado con la frecuente adquisición de material genético fresco tomado directamente de su Primarca, esta dependencia es otra razón para preocuparse por las frecuentes y largas desapariciones de Magnus. Más allá del miedo a perder a su primogenitor, los Mil Hijos se dan cuenta de que su muerte también sería el anuncio de su propia extinción.

Creencias[]

Los Mil Hijos creen que la única forma de que la Humanidad como especie pueda derrotar definitivamente a los Poderes Ruinosos es que obtenga la suficiente fuerza y resistencia psíquicas para rechazar su acoso. Esto conlleva un gran dilema, pues su misma existencia, y la del Emperador, dependen de las Naves Negras que traen una cosecha constante de psíquicos procedentes de todo el Imperio. ¿Cómo, se preguntan, puede la Humanidad aumentar su potencial psíquico cuando los psíquicos viven con miedo a las muchedumbres aullantes, y mientras los mejores talentos son constantemente apartados de la base genética?

Por esto, la Legión ansía reconstruir el sueño original de Prospero creando puertos francos aislados para aquellos que poseen poderes psíquicos. Siempre que se ha intentado hacer esto a lo largo de los milenios ha terminado en desastre, bien por incursiones demoníacas en masa, bien por el resentimiento de las poblaciones cercanas ante la extensa y preferente protección ofrecida por los Mil Hijos a estos asentamientos en tiempos de guerra. Sus críticas más duras atacan a esos planes como pruebas de que los Mil Hijos pretenden reemplazar forzosamente a la Humanidad con la "rama mutante psíquica". Hay algunos dentro de la Legión que susurran que, ante semejante odio, quizá sería una buena idea. Son, no obstante, una minoría muy pequeña, y la Legión sigue luchando tan lealmente por el Imperio como el día en que Magnus se arrodilló por primera vez ante el Emperador.

Grito de guerra[]

Como los Mil Hijos pueden comunicarse mucho mejor telepáticamente que con las simples palabras, la Legión rara vez usa un grito de batalla convencional. Sus movimientos silenciosos y coordinados, junto con sus inexpresivos cascos sin ojos, se combinan para darles una imagen ultraterrena que inspira miedo en sus enemigos y nervioso respeto entre sus aliados.

Leer más[]

Herejía de Dorn - Historia y Legado de la Traición de Dorn (No Oficial).

Fuentes[]

Extraído y traducido de The Dornian Heresy - The Legio Imprint, creado por el foro Bolter and Chainsword.

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